Pequeñas revoluciones

La historia de la narrativa policial cuenta con grandes hitos y quiebres que por su contundencia han relegado al olvido innovaciones que también influyeron en la evolución del género.

Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·

Con al menos doscientos años de historia y antecedentes que, con mirada amplia, se remontan a la antigüedad bíblica, en las últimas décadas del siglo XX el policial dejó de ser considerado por la crítica un género marginal e, incluso, despertó interés en los círculos académicos que antes lo despreciaban como objeto de estudio a causa de la cerrazón temática que le atribuían como esencial limitación.

Ya sin los viejos prejuicios de la crítica seria, nuestro siglo arrancó literariamente con una fuerte  revalorización del género que dio mucho de qué hablar: furor de ventas, ascenso al podio del crimen de escritoras y escritores escandinavos, chinos, japoneses…, retorno a los clásicos y nuevas miradas sobre el policial. Hasta en el teatro se amplió el modesto espacio que solía ocupar la temática.

Ese furor no estaba huérfano ni de teoría ni de historia: desde Vidocq y Poe a Mankell, todas las cartas eruditas parecían estar sobre la mesa: prehistoria, desarrollo, hitos, tonos dominantes, innovación y divisiones podían ubicarse en la línea de tiempo e identificarse estilísticamente. Clasificaciones y subgéneros tampoco faltaban.

Hoy por hoy, aplacados entusiasmo y súper-ventas, permanece la idea de que una decantación forjada tras muchos vaivenes nos permitiría reconocer como fundamental una división bastante sencilla del género, ligada a las tradiciones británica y norteamericana: novela clásica, por un lado, y novela negra, por otro; al thriller, espionaje y  suspenso, con sus características en común y sus diferencias, se les daría la jerarquía de subgéneros emparentados.

Esta visión podría corroborarse, a la antigua, a través de consultas enciclopédicas o, subiéndose a la cresta de la ola, con ayuda de la IA. Sin embargo, pocos lectores asiduos de policiales estarían de acuerdo: el asunto es mucho más complejo y rico no solo porque la experiencia literaria enciende todas las alarmas sino también porque ha habido otras tradiciones influyentes, otras innovaciones y unas cuantas pequeñas revoluciones que, bien vistas en conjunto, de pequeñez tuvieron poco.

Hablar, por ejemplo, de las idas y vueltas de la importante tradición en lengua francesa –que inicia con las memorias de Vidocq- excedería los modestos alcances de este artículo, aunque sí resulta imprescindible destacar la influencia de Georges Simenon y la pequeña gran revolución para el género y subgéneros que significó el profuso ciclo de narraciones protagonizadas por el comisario jefe de la policía judicial parisina, Jules Maigret. Setenta y ocho novelas y veintiocho cuentos –algunos cercanos a la nouvelle-, nada menos, publicados entre 1931 y 1972 y hasta hoy reeditados.

Simenon crea una suerte de humanismo desolado que se fusiona con la indagación e interpretación psicológicas de la pequeña burguesía, del hombre común y de las clases sociales menos favorecidas. Sin policías corruptos ni oscuros magnates que compran voluntades, sin detectives independientes, duros o de brillante razonamiento, ni desbordes criminales, trabaja con la violencia contenida, la desesperación humana y las taras sociales.

Maigret alterna las delicias de la rutina hogareña con la aspereza urbana en la que el vulgo lucha por seguir a flote en un París que nunca es una fiesta. Los contrastes marcan el ritmo. La caracterización del personaje del comisario rompe con todos los perfiles surgidos en estados unidos e Inglaterra.

Maigret en la pantalla

Por otro lado, los conceptos de orden y justicia de la tradición policíaca en lengua inglesa se desbaratan. En la novela clásica -o novela problema-, una mente superior se encarga de resolver el enigma y restablecer el orden, incluso contra el estorbo que muchas veces representa la mediocridad de la policía. En la novela negra la justicia es una quimera y el orden solo apariencia. Como bien saben sus lectores, Simenon no adscribe a estas posturas literarias.

Simenon

En una novela clave del ciclo Maigret, Liberty Bar (1932), el comisario jefe toma, tras desentrañar los interrogantes de un caso que lo había obligado a trasladarse a la Costa Azul, una decisión a priori sorprendente: no acusar ni entregar a la justicia francesa a la autora de un crimen. Sus razones quedan claras en la conversación que al regresar mantiene con la esposa, Louise.

La reflexión lleva a entender que no se trata de una actitud omnipotente sino de auténtica comprensión de la soledad, el deterioro psicofísico y las vanas esperanzas, el abandono y la desesperación en un entorno de claroscuros que mantuvo al propio Maigret con la sensación de lucha interior por mantener la voluntad mientras flotaba entre mundos antagónicos.

Un escocés, Michael Innes, en 1936 publicó Muerte en el Alojamiento del Presidente. Jorge Luis Borges, que reseñó esta novela, dijo que “el estudio de caracteres humanos que propone este libro es más encantador que el estudio del plano de una casa de varios pisos que suelen proponer las novelas de S. S. Van Dine”, y que “Michel Innes ‘psicólogo’ no incurre en las charlatanerías del psicoanálisis.”.

Simenon, que no se proponía burlar las taras del género, y Michael Innes, que sí, coincidieron en abrir el abanico de la indagación psicológica. Aunque Borges le reconocía al belga francófono Georges Simenon pocos méritos literarios -a excepción de los aciertos en la construcción de atmósferas-, valoró tempranamente  la decisión de Innes en la citada novela.

Friedrich Dürrenmatt, el genial artista suizo, escritor, dramaturgo y pintor, incursionó circunstancialmente en el género pero puso patas arriba principios de la tradición clásica cuya fragilidad hasta entonces no se había puesto en evidencia a través de obras del género. Con La promesa (1958) encabezó otra de las pequeñas grandes revoluciones que aquí nos ocupan.

Dürrenmatt

Mientras que para los cultores de la novela-problema la lógica siempre terminaba por imponerse y la inquebrantable superioridad moral del detective triunfaba gracias a su inteligencia privilegiada, el azar y lo imprevisible estaban excluidos de la racionalidad que a la postre castiga al crimen; para Dürrenmatt nada de esto constituía un núcleo duro a preservar como cimiento de la imago mundi del policial.

Todo comenzó en el cine, con Dürrenmatt como guionista de «Sucedió a plena luz del día» (1958, también conocida como «El cebo»), película dirigida por Vajda, y terminó también en el cine con «Asesino oculto» (The Pledge, 2001), film poco taquillero -pero favorecido por la crítica- que dirigió Sean Penn. Entre ambos hitos, las ansias del escritor suizo por profundizar y mejorar su propio guión dieron inmediato origen, es decir: también en 1958, a su novela La promesa.

En su ficción, Friedrich Dürrenmatt planteaba una crítica a los presupuestos que regían al género policial pero también, por otro lado, en contraste, le atribuía peso al caos que, para su visión,  atraviesa tanto al mundo como a las personas y muchas veces crea ilusiones de justicia u orden que no existen.

El comisario Matthäi, protagonista de La promesa, sufre en carne propia las consecuencias psíquicas de la obsesión por esclarecer un crimen y castigar al asesino de la niña a cuya madre ha prometido encontrar a pesar de estar al borde de la jubilación. Matthäi investiga, razona y arma el rompecabezas que por lógica estricta, piensa, le permitirá capturar al asesino.

Sin embargo, el azar jugará en contra de la racionalidad: lo imprevisto y aleatorio ganan la partida en favor de la impunidad. El  comisario finalmente será víctima de haber llevado un compromiso moral hasta las últimas consecuencias, mucho más allá de su resistencia psíquica.

Convencido de que el mundo funciona de una manera unívoca, pierde la razón y se convierte en un despojo. Es, en definitiva, víctima del azar que no invalida un razonamiento pero sí lo convierte en algo aparentemente erróneo e inútil. Y víctima también de uno de los tantos crímenes nunca esclarecidos o que se esclarecen por tardía casualidad:

“Nada es más cruel que un genio que tropieza con algo torpe. Claro que todo depende de cómo el genio reaccione ante el ridículo que lo hizo tropezar, si puede soportarlo o no. Matthai no pudo aceptarlo. Él quería que su cálculo también resultara exacto en la realidad. Por eso tuvo que negar la realidad y desembocar en el vacío.”.[i]

Desde el corazón mismo de la tradición británica, ya la mismísima Agatha Christie se había permitido una travesura subversiva. Escudada en las zonas pantanosas de la técnica y los puntos de vista del narrador, embaucó al lector confiado en el tan mentado pacto de honestidad autor-lector con una celada lingüístico-literaria de hábil factura. Fue en El asesinato de Roger Akroyd, novela de 1926. No vamos a entrar en detalles porque vale la pena leerla sin anticipos muy concretos.

Por fuera y por dentro de las tradiciones que lucen dominantes, entonces, el policial registra pequeñas revoluciones como las que elegimos para ilustrar aquí la mutación constante que el género viene atravesando a medida que se acumulan las décadas, a pesar de la apariencia de inmovilidad que la dominancia de un idioma y un tema ineludible favorecen.

Puede suponerse, sin excesivo temor al yerro, que la añosa telaraña del policial es mucho más amplia e intrincada de lo que la costumbre lleva a suponer. Y, también, quizá por añadidura, que el surgimiento de autores y obras que destacaron durante el furor de principios de siglo no hubiera sido posible para un género encorsetado e implícitamente reductible a la ficción escrita en inglés.


[i] Traducción de Alfredo Cahn: La promesa. Réquiem para la novela policial. Buenos Aires, Fabril Editora, 1960.


Descubre más desde Noticias La Insuperable

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

3 Comentarios

Deja un comentario