Entre Asimov y Cervantes

El teatro de objetos y el bildungsdrama encuentran en la narrativa clásica ideas fecundas para enriquecer la escena.

Por Alfonsina Madry para Noticias La Insuperable

Puede que a priori los títulos de algunas obras despierten escaso interés. Cuentos y leyendas o Don Quijote. Historias andantes dicen poco, sobre todo si aparecen en medio del amplísimo menú del teatro porteño. Pero en estos casos la primera impresión mucho no cuenta: detrás hay más de lo inicialmente sospechado.

Cuentos y leyendas, de Joël Pommerat, con dirección de Cristian Drut e intenso trabajo actoral del Grupo Vapor, y Don Quijote. Historias andantes, “Teatro para una actriz y un mundo de objetos”, con  dramaturgia de Raquel Araujo, Roberto Azcorra y Silvia Káter, son dos propuestas no solo de calidad sino también de re-significación de la génesis de mundos teatrales posibles.

Bildungsdrama futurista

El autor y director francés Joël Pommerat parece haber construido, con el método del que enseguida hablaremos, un singular bildungsroman dramático performativo (sería, provisionalmente aquí, bildungsdrama) apelando al futurismo clásico, sin darle gran trascendencia a la IA.

Digamos que se fue a los clásicos de la robótica para mostrar una evolución de carácter, construcción/deconstrucción de relaciones y sentimientos de niños y adolescentes que crecen en convivencia con humanoides socializados, que presuponemos con sus tres leyes de Asimov, y hasta con la cuarta –la “cero”-, bien plantadas.

Pommerat, que se autodefine como “escritor de performance”, crea un texto base que re-escribe a lo largo de, por lo general, unos seis meses de ensayos con su equipo y actores. Para el caso de Cuentos y leyendas, subyace el Bildungsroman o relato de educación, formación, crecimiento, con tanta tradición y largo desarrollo en la narrativa, especialmente para la novela. En nuestra lengua, al menos desde Lazarillo de Tormes, hallamos claros antecedentes.

Aunque hace ya mucho tiempo que el teatro no responde a la tradicional autoridad teórica de los estudios literarios, lo que aún entendemos como cruce de géneros sigue dando frutos apetecibles. También los temas, ideas y modalidades que han tenido una mayor incidencia o desarrollo en una especie narrativa pueden enriquecer las propuestas teatrales más innovadoras.

Con la impronta de la robótica ficcionalizada al estilo Asimov más que con las distopías y la obsesiva especulación actual en torno a la IA, la tradición del bildungsroman, la novela río (“roman-fleuve”) y un esbozo de texto, Pommerat inicia, o mejor: dispara, el trabajo creativo grupal.

El resultado final, a juicio de Violeta Braguinsky –Grupo Vapor- en ocasión de la puesta de 2024 en Planta Inclán, resulta en una obra “extensa y episódica, ningún personaje se repite en ninguna escena. Las historias son breves, con principio y fin. Hay más personajes que actores, por lo que cada uno interpreta varios de éstos, que si bien todos pertenecen al mismo marco, atraviesan diferentes problemas y difieren también en edad.”.

[2025: Cuentos y leyendas, de Joël Pommerat.  Dirección de Cristian Drut. Área 623 -Pasco 623, Ciudad de Buenos Aires-; viernes, hasta el 31 de octubre.]

El “valle inquietante” que propone la atmósfera de Pommerat surge más de la problemática de las consecuencias sociales de las posibles formas, espurias o empobrecedoras, de uso de tecnologías avanzadas que del quiebre de empatía y rechazo de las personas a lo que descubren, en pequeños detalles e interacciones, de no humano en el robot humanoide.

No viene mal preguntarse aquí si esta manera de traer por interpósita pluma lo clásico de la ciencia ficción para guiar la mirada fuera de la muy transitada distopía tecno-terrorífica puede generar alguna de esas sacudidas que se esperan del teatro. ¿Es el bildungsdrama futurista, con apariencia performativa, un acierto gracias a raíces clásicas que enlazan con la narrativa?

A priori, las respuestas provisionales estarían a favor del escritor francés y, para el caso de las versiones argentinas, a favor también de Drut y del Grupo Vapor.

Dulcinea en la cocina de objetos

Con Cervantes y el teatro de objetos, en verdad, pensar la fuerza renovada de los clásicos de la narrativa en el territorio dramático es todo un desafío. El bueno de don Miguel, para colmo, está en el seleccionado canónico de Harold Bloom. Y, nobleza obliga, no se puede incitar a la duda cuando a Pierre Menard lo tientan las tablas.

Azul es ciudad cervantina –reconocida en 2007 por el Centro UNESCO Castilla-La Mancha–, Borges nos presentó a Pierre; tenemos, en Azul precisamente, una colección de ediciones de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha considerada entre las más importantes de América, la tuvimos a doña Celina Sabor de Cortazar, y el famoso humorista político Sebastián Fernández se hace llamar Rinconet(e), como si nos hubiese caído desde las Novelas ejemplares.

Por más que se sospeche que son un ínfimo puñado de arrugados nerds quienes han leído el Quijote y aún están entre nosotros, negarle algo a Cervantes todavía es pecado capital para un hablante del castellano. Y más cuando se sospecha que don Miguel es un poco argentino, no tanto como lo fuera Dios cuando no reinaban ni la polenta ni el arroz partido, pero casi.

Sea como fuere, con perdón por las dudas que, en realidad, son especulaciones que en el fondo no cuestionan una creación valiosa, vendría bien pensar si Dulcinea, Aldonza en la vida real de la ficción, por más memoriosa que se ponga entre los cacharros de la cocina y otros objetos caídos del cielo quijotesco, no tendría más fuerza conmovedora si fuera fulana de tal metida en el presente. O una fuerza menos inactual.

Digamos si, en concesión progre en tiempos conservadores, recreara con disimulo a Byung-Chul Han y se metiera dramáticamente con los objetos queridos que, según el filósofo de la paráfrasis, nos arrebató la virtualidad automatizada, anodina y minimalista, más líquida de lo que supuso Zygmunt Bauman. Fulana de tal, claro, no invalida a Dulcinea. Para qué especular…

Nada de esto quita los placeres que al cervantino de pura cepa podría depararle una convivencia teatral con Aldonza. Pero seguramente lo que más interesa tiene que ver con la fuerza dramática aún no muy explotada del teatro de objetos, su potencial evocativo e interés humano, las puertas que abre hacia el humor y la ironía. Por eso de algo sirven las especulaciones.

Ana Alvarado  dice que “Cuando aparece hace unos 30 años la categoría Teatro de Objetos, fue una declaración de principios. Nadie sabe exactamente a qué llamamos así y la falta de precisión le permite mantenerse vivo y alerta.”. Es decir: esta rama de la dramaturgia no es nueva, viene creciendo desde hace décadas, abierta a una hermenéutica amplia y a distintos aportes.

La misma autora, en su obra El teatro de objetos. Manual dramatúrgico, precisa un poco más en lo referido a este campo creativo: “Al Teatro de Objetos le inquieta la batalla entre cosidad y carnalidad. Objeto y humano. Cosa y carne.”.

En cuanto a actor y objetos, también aclara: “En el Teatro de objetos esta lucha pertenece a la naturaleza de la tarea interpretativa, el actor de este tipo de teatro es llamado “manipulador”. Es una intensa y emotiva fuerza externa que impulsa al objeto. Su cuerpo está conformado por zonas o provincias disociables que le permiten ser él mismo pero también lo otro, el objeto.”.

Tal vez pronto haya más oportunidades para los espectadores en lo que tiene que ver con el teatro de objetos. Hay caminos abiertos, pero el público cuenta con escasas propuestas. Entonces las recreaciones e inspiración en los clásicos del canon de occidente cobran valor de impulsoras con familiaridad cultural.

Don Quijote. Historias andantes. “Teatro para una actriz y un mundo de objetos”. Dramaturgia: Raquel Araujo, Roberto Azcorra y Silvia Káter. Dirección de Raquel Araujo.  Se presentó este mes en CELCIT, Ciudad de Buenos Aires-; después se presentará en otros espacios aún no informados.



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