Un allanamiento en Caballito terminó con la detención de un adolescente de 16 años acusado de planificar un ataque a una escuela. En su casa se encontraron réplicas de fusiles con inscripciones de autores de atentados, bombas caseras, una carta suicida y un cuaderno con el plan. La investigación apunta a vínculos ideológicos con comunidades libertarias y grupos de extrema derecha; el caso expone la ausencia de políticas públicas de prevención y el caldo de cultivo que genera un discurso oficial que normaliza el desprecio.
Por Ignacio Álvarez Alcorta para Noticias La Insuperable

La alarma saltó después de un reporte internacional sobre publicaciones amenazantes en la red X. La Policía Federal realizó un allanamiento en una vivienda de Caballito y secuestró elementos que obligan a pensar en un intento de ataque real: réplicas de fusiles con inscripciones que aludían a tiradores reconocidos, bombas molotov, cargadores, gas pimienta y armas blancas, además de una carta con intenciones suicidas y un cuaderno donde el joven detallaba paso por paso el supuesto operativo.
Un plan que replica a los grandes atentados
El libro de ruta encontrado describía una maniobra para distraer a las fuerzas de seguridad mediante una amenaza en un shopping y, acto seguido, ingresar al establecimiento educativo disfrazado de policía para abrir fuego. Los investigadores coincidieron en que el esquema imitaba métodos de atentados previos —el mismo patrón que usaron autores internacionales que ya marcaron una era de terror— y por eso la causa quedó caratulada como “intimidación pública” ante el Juzgado Federal N.º 1.
Ideología, redes y entrenamiento informal
Fuentes del expediente señalaron que el joven mostraba afinidad por comunidades libertarias de la red y por espacios de extrema derecha donde se mezclan consignas ultraliberales con símbolos de supremacismo. En sus posteos, según la investigación, circulaban mensajes de desprecio hacia sindicatos, movimientos de mujeres y organizaciones sociales, en coherencia con el discurso público que denomina a esos actores “la casta” y minimiza el rol del Estado. Ese cruce ideológico —neonazismo simbólico junto a un libertarismo radical— es el hilo que aparece en varios casos recientes.
Un patrón: menores radicalizados
Fuentes del área antiterrorista indican que este no es un hecho aislado: en los últimos años se registraron varios episodios donde menores de edad planearon ataques o hicieron apología de la violencia, y en todos ellos se observó una mezcla de adoctrinamiento en foros y el vacío de redes de contención locales. Ese patrón obliga a mirar más allá del individuo: las familias, las plataformas y la política pública forman parte del escenario que permite que estos procesos de radicalización crezcan.
El Estado que se achica y la prevención que no existe
En contraste con la proliferación de estos hechos, el Estado argentino redujo o eliminó programas clave de salud mental, prevención de la violencia juvenil y acompañamiento escolar. En ese contexto, el Ministerio de Seguridad —más enfocado en perseguir protestas y controlar a sectores docentes— no cuenta con protocolos sistemáticos de detección temprana ni campañas públicas sostenidas contra la radicalización y los discursos de odio. El resultado es evidente: hay menos prevención y más exposición.
El combustible verbal de la política
La cuestión no puede leerse sin ponerla en el marco del discurso público. Cuando desde la esfera del poder se celebra el agravio, se relativiza la educación y se promueve la polarización, se generan señales que algunos sectores interpretan como licencia para el desprecio. La naturalización de la agresión como marca identitaria produce adherentes dispuestos a traducir ideas en violencia.
Más allá del caso: preguntas que quedan abiertas
Mientras el adolescente espera peritajes y la causa avanza en sede federal, la sociedad se enfrenta a preguntas incómodas: ¿qué instituciones fallaron en la detección temprana? ¿Qué responsabilidad tiene el Estado por desfinanciar redes de contención? ¿Hasta qué punto los líderes políticos deben hacerse cargo del efecto de su discurso en colectivos juveniles vulnerables?
Urgencias y medidas necesarias
La respuesta exige medidas inmediatas y de largo plazo: reactivar programas de salud mental en escuelas, crear unidades de intervención temprana en los municipios, protocolos de monitoreo y derivación en redes sociales orientados a menores, y campañas públicas contra el odio que no se limiten a declaraciones sino que cuenten con recursos. Sin esas políticas, la prevención seguirá siendo letra muerta.
La detención en Caballito no es sólo un procedimiento policial: es un espejo. Muestra cómo la combinación de falta de políticas públicas, banalización del agravio y espacios digitales sin control puede producir jóvenes dispuestos a la violencia. Si el Estado no recupera su rol protector y si el debate público no incorpora límites claros frente al odio, estas crisis volverán a repetirse.
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«Mírenme.Existo. Estoy acá.» Hiperconectividad…y la libertad va tiñéndose de violeta…
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