Lo que parecía un simple trámite municipal en un pequeño pueblo del norte de Italia terminó revelando una historia digna del cine negro: un hijo que imitaba a su madre fallecida, una identidad sostenida a fuerza de pelucas y maquillaje, una pensión jugosa que seguía cobrándose y, al final del recorrido, un hallazgo que dejó helados hasta a los agentes más curtidos.
Por Leticia Graciani Fainel para Noticias La Insuperable

En Italia las oficinas municipales ven pasar de todo, pero incluso allí hay días que quiebran la rutina. En el registro civil del municipio de Borgo Virgilio, muy cerca de Mantova, una empleada recibió a una mujer que aparentaba ser una señora común: pelo corto prolijo, blusa con estampado setentoso, un toque de maquillaje y el infaltable collar de perlas que intenta sumar elegancia donde ya no queda sorpresa.
Simple, correcta, casi invisible.
Casi.
Porque detrás del maquillaje había algo que no cuadraba. Las facciones eran más duras, la piel no coincidía con la edad declarada y el gesto tenía un dejo impostado. La empleada, con años de experiencia detectando documentos sospechosos, informó la rareza a sus superiores.
Una foto nueva, una foto vieja y una coincidencia demasiado perfecta
El municipio actuó rápido: compararon la foto recién tomada para la renovación del DNI italiano con la imagen de la credencial vencida hacía diez años.
Sí, había parecidos. Pero también había una certeza incómoda: esa persona no podía ser la verdadera Graziella Dall’Oglio, una mujer que —según los registros— debía rondar los 85 y que enviudó de un médico varios años atrás.
“Mrs. Doubtfire” en versión piamontesa
Poco tardó en saberse la verdad. La impostora no era tal, sino el hijo de la mujer, un enfermero desempleado que había decidido transformarse en su propia madre para seguir cobrando sus ingresos.
Con peluca, maquillaje, joyas y ropa vintage, sostenía la farsa año tras año. Y lo hacía por una suma nada menor: 53 mil euros anuales, provenientes de la pensión de viudez del padre y de las rentas familiares por casas y terrenos.
¿Y la verdadera Graziella?
Esa era la pregunta que nadie podía responder.
Hacía años que no había señales de vida de la mujer. Ningún vecino la veía, ninguna amiga la mencionaba, ningún trámite llevaba su presencia real. Pero sus declaraciones patrimoniales seguían llegando cada año, firmadas con impecable pulso.
Una visita, una confesión y el horror final
Cuando los agentes municipales llamaron nuevamente al hombre para completar la renovación del documento, el disfraz se cayó. Él, agotado, admitió el engaño.
Los policías locales entonces avisaron que debían pasar por su casa para verificar su domicilio. Él apenas murmuró: “Fate pure”, hagan lo que quieran.
Lo que encontraron superó cualquier sospecha.
En una habitación cerrada, descubrieron el cuerpo de la verdadera mujer, momificado, como si el tiempo hubiese decidido no avanzar más allí adentro. Una escena helada, brutal, que explicaba en un solo golpe todos los silencios acumulados.
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