
Los megamillonarios acaparan riquezas y contaminan sin cesar al tiempo que auguran bonanzas tecnológicas inimaginables para los que aún se centran en la realidad.
Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·
No han sido pocas las fantasías de este primer cuarto de siglo que se marcha: los avances científicos, la inteligencia artificial y la dinámica innovadora de todas la facetas tecnológicas alimentan las especulaciones nuestras de cada día. Las hay tremendistas, distópicas si se quiere, pero también paradisíacas. Todo cabe: apocalipsis e inmortalidad gozosa son los extremos de una inmensa gama predictiva.
Los megamillonarios están a la vanguardia de los integrados –apelando a la vieja (1964) división de Umberto Eco[i]-: colonizar Marte, potenciar cerebros humanos con chips, automatizar hasta lo impensable, prepararse para una longevidad sin precedentes e ir pensando, cómo no, en la inmortalidad, son algunas de las ideas que hacen circular mientras contaminan indiscriminadamente, atesoran dinero y acaparan recursos.

Pero lo que para muchos es, por ahora, fantasía pura, da la impresión de ser para otros pocos algo en lo que creen realmente. Si no creyeran en sus predicciones a corto plazo, si no confiaran en que su poderío económico les permitirá muy pronto ser los primeros Matusalén del siglo XXI, difícilmente se empeñarían con tanto ahínco en negar la emergencia ecológica, acelerar la destrucción del planeta y acaparar riqueza hasta el punto de hacer invivibles las vidas del prójimo.
El Informe sobre la desigualdad global 2026, del World Inequality Lab, coordinado por Thomas Piketty, muestra una concentración de riqueza demencialmente extrema: El 10% más adinerado de la población mundial se queda con el 75% de la riqueza total. El 1% más rico acapara el 37%, una proporción muy superior a la que accede el 90% más pobre.
Algo menos de 60 mil individuos goza de más riqueza que el cincuenta por ciento de la humanidad. Los ricos, cada vez más ricos; los pobres, cada vez más miserables. En otros términos: el 0,001% de la población del planeta –esos menos de 60 mil megamillonarios-, rapiña tres veces más riqueza que la mitad del resto mundial, que desfallece para procurarse unos centavos.
El patrimonio de las minorías viene creciendo a un promedio del 8% anual desde la década del 90. La tendencia “no cesa de aumentar y pone en evidencia la persistente desigualdad”, de acuerdo con el informe. Para colmo, son los responsables del 75% de la contaminación que todos sufrimos y ellos niegan a voz en cuello o a través de sus personeros, enquistados en estados nacionales bajo captura.
Este resumen en video del economista A. Bercovich amplía los puntos de mayor relevancia.
2026, que ya está a la vuelta de la esquina, arrancará con una desigualdad pasmosa. La tendencia no consuela: es constante y creciente. El mundo es ancho y ajeno, vale decir con evocación de Ciro Alegría. El destino de un planeta depredado, víctima de una contaminación en aumento también, es otra espada de Damocles para las mayorías que languidecen tratando de sobrevivir.

A los avariciosos magnates, parece, ya no les preocupa el memento mori: serán clones de Matusalén colonizando Marte o émulos de Gilgamesh, vaya uno a saber. Quizá hasta les resulte gracioso el comienzo de El etrusco, de Mika Waltari:
Yo, Lario Turmo, el Inmortal, desperté y vi que la primavera había llegado, que la tierra se había vuelto a cubrir de flores. Contemplé el oro y plata de mi bella morada, las estatuas de bronce, los vasos de figuras rojas y las paredes cubiertas de frescos. Sin embargo, de nada de ello me sentí orgulloso, porque ¿qué puede poseer quien es inmortal?

Aunque no haya flores en las próximas primaveras, aunque los mendicantes seamos legión en una tierra calcinada, es evidente que este grupúsculo, que ostenta riquezas inimaginables e indolencia sin par, seguirá desinteresado en cualquier ontología que no sea la de los inescrupulosos coach que les proporcionan lacayos entrenados en la ilusión estilo zanahoria de burro.
Desde el Informe Meadows, que advertía sobre la temeridad de desafiar los límites de resistencia de una Tierra ya en peligro, allá por la década del setenta –dicho sea de paso, ayer, en San Telmo, hubo otra representación de Meadows, nuestra belleza-, hasta este último informe de Piketty, esta minoría depredadora viene riéndose de todo y de todos.
Tal vez ya estén convencidos de lo que pregonan para mantener sus privilegios y mostrar salidas a la encerrona que construyeron con la perversidad de la avaricia. Quizá crean que el universo no se les resistirá, que irán de planeta en planeta con un milenio[ii] de changüí si la inmortalidad no les llega tan rápido como calculan.
[i] Apocalittici e integrati, Milán, Bompiani, 1964. [En castellano: Apocalípticos e integrados. Barcelona, Lumen, 1965.]
[ii] Matusalén, según los textos bíblicos, vivió casi un milenio: “Fueron, pues, todos los días de Matusalén novecientos sesenta y nueve años; y murió. Génesis 5:21–27.
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