El conductor, hasta ahora uno de los defensores más firmes del oficialismo, cruzó una línea que incomodó a la Casa Rosada. Los allanamientos a medios vinculados al streaming Carnaval lo llevaron a cuestionar por primera vez, en público y sin eufemismos, una avanzada que huele más a disciplinamiento que a justicia.
Por Tomás Palazzo para NLI

Durante meses, Alejandro Fantino fue una pieza clave del dispositivo comunicacional que blindó a Milei frente a críticas y escándalos. Un aliado confiable, un vocero informal, un soldado sin fisuras. Pero algo se movió en los últimos días y ese alineamiento automático empezó a mostrar grietas.
El punto de quiebre no fue económico ni ideológico. Fue político, mediático y simbólico. El conflicto del gobierno con el canal de streaming Carnaval, en el marco de su guerra abierta contra la Asociación del Fútbol Argentino, terminó empujando a Fantino a un lugar inesperado: el de la advertencia pública contra una posible deriva autoritaria.
Carnaval quedó en la mira luego de difundir audios comprometedores de Spagnuolo y de sostener una línea editorial abiertamente crítica del gobierno de Javier Milei. En ese contexto, la ofensiva no tardó en llegar.
La cacería política y el mensaje disciplinador
Con Patricia Bullrich al frente del operativo, comenzaron allanamientos en distintos espacios vinculados al universo del streaming y del fútbol. Detrás del armado de Carnaval aparece la figura de Pablo Toviggino, mano derecha de Claudio Tapia, un enemigo declarado del oficialismo libertario.
El mensaje fue claro: quien incomoda, paga. Y el instrumento elegido no fue el debate público ni la desmentida política, sino el aparato coercitivo del Estado. Un mecanismo conocido en la historia argentina, aunque reciclado con estética libertaria.
Fantino rompe el libreto
Cuando el allanamiento alcanzó directamente a Carnaval, Fantino reaccionó. Y lo hizo con una dureza inédita hacia el gobierno que hasta ayer defendía. “Tengo 30 años en el medio y nunca viví un medio allanado”, lanzó, marcando un límite que no admite relativismos.
No fue una frase al pasar. Fue una toma de posición. Fantino recordó que salió en defensa de colegas de todos los colores políticos, incluso de comunicadores libertarios, y dejó flotando una pregunta incómoda: quiénes van a justificar ahora el cierre o la persecución de un medio de comunicación.
Más aún, su advertencia fue política y estructural: si se naturaliza el allanamiento a un canal crítico, mañana puede tocarle a cualquiera. Incluso a los propios. El precedente es el verdadero botín.
Una señal que incomoda al poder
El corrimiento de Fantino no implica una ruptura total, pero sí un gesto que el gobierno no puede ignorar. Cuando los aliados empiezan a marcar límites, es porque algo se desbordó. Y en este caso, lo que está en juego no es una interna del fútbol ni una pelea de egos, sino un principio básico del sistema democrático.
La libertad de expresión no se defiende con discursos grandilocuentes ni con slogans de campaña. Se defiende, sobre todo, cuando molesta. Y ahí es donde el gobierno de Milei empieza a mostrar su costado más frágil: la dificultad para tolerar la crítica sin recurrir al garrote.
Fantino, quizás sin proponérselo, encendió una luz amarilla. No solo para el oficialismo, sino para todo el ecosistema mediático. Porque cuando el Estado cruza ciertas fronteras, ya no importa de qué lado estabas antes. Importa de qué lado decidís pararte ahora.
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