Una pequeña aunque inesperada anécdota de generosidad y amores librescos entre magnates sensibles.

Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·
Ciertos nombres se asocian de inmediato a la finanza, las fortunas incalculables y los privilegios o prebendas. Las iniciales J. P., ligadas a un apellido de evocada piratería, nos suenan de inmediato a banca inclemente, lejos del más mínimo destello humanista.
Y ni hablar de ese omnipresente Riesgo país, EMBI+ para los expertos, que publica el emporio financiero del que fue artífice John Pierpont, hijo del tigre de estirpe galesa Junius Spencer, y que hoy nos evalúa con ojo avizor para poner en cintura a nuestros endeudadores de turno e instruir en la prudencia a los especuladores audaces y a los bicicleteros desbocados.

Imaginar a John Pierpont Morgan (1837-1913) embelesado ante un libro antiguo no parece verosímil. Podemos imaginarlo, sí, invirtiendo en obras de arte o incunables para resguardar su patrimonio en momentos de incertidumbre y obtener pingües beneficios más adelante. Incluso adquiriendo cuadros para ostentar en su círculo social. Pero non plus ultra.
Sin embargo, diría Blades, la vida –o la historia- te da sorpresas. Parece que no todos los mega-millonarios de antaño eran tan previsibles como los vanidosos saltimbanquis mediáticos que hoy por hoy acaparan el grueso de la riqueza del mundo con rústica e indolente avaricia.
Un dato sobre el magnate que ni las wikis ni las IA aportan, por ahora, sí lo aportó don Teodoro S. Beardsley en los noventa, tiempos en los que dirigía la Hispania Society of América, institución fundada en 1904 por un millonario de bajo perfil, Archer Milton Huntington.

Archer, tras mucho estudiar en la península y especializarse en filología hispánica, había invertido grandes sumas en formar una biblioteca personal repleta de tesoros. Más tarde, sobre esa base bibliográfica, se animó a fundar la sociedad que aún brilla por su patrimonio libresco.
Cuenta Beardsley que estando Archer Milton de visita en Alemania se entera de que una librería londinense tiene a la venta la primera edición conocida de la Celestina (Burgos, 1499). Sale pitando hacia Londres sin dudarlo pero el librero lo recibe con una mala noticia: J. P. Morgan ya se la había comprado minutos antes, relamiéndose.

Huntington pasó meses penando la oportunidad perdida después de haber sufrido un viaje agotador, plagado de inquietud y demoras. Podría suponerse que el infructuoso periplo a Londres le había dejado un regusto a propia tragicomedia, sin Melibea ni Calixto ni bachiller.
Tiempo después, ya en Estados Unidos, Archer recibió un paquetito para su cumpleaños. Venía con una esquela que rezaba: “Este libro está mucho más apropiado en la biblioteca de usted que en la mía. Feliz cumpleaños. J. P. M.”.
Para gloria de Morgan, este ejemplar de 1499 sigue siendo uno de los más preciados tesoros de la biblioteca de la Hispania.
Para quien quisiese conocer más detalles, viene bien aclarar que todo esto y mucho más lo contó Theodore S. Beardsley -fallecido en 2012- en su ponencia de 1994 (Universidad del Escorial) que publicó en Madrid en 1996 Editorial Complutense bajo el título El libro español en una sociedad americana, en el volumen Mundo del libro antiguo, edición al cuidado de Francisco Asín.

Descubre más desde Noticias La Insuperable
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
