El caso Lourdes Fernández: cuando el amor se vuelve encierro

La denuncia desesperada de una madre, la búsqueda contrarreloj, el hallazgo de una artista dopada y un agresor escondido en un placard. El caso de la ex Bandana expone las grietas del sistema judicial frente a la violencia de género y la dependencia emocional que inmoviliza a miles de mujeres.

Por Leticia Graciani Fainel para Noticias La Insuperable

Una denuncia con urgencia y miedo

El pasado miércoles, un correo electrónico encendió las alarmas en el Ministerio Público Fiscal de la Ciudad. El mensaje, enviado por Mabel, la madre de Lourdes Fernández, alertaba sobre la desaparición de su hija y pedía una intervención judicial urgente. Su texto no dejaba lugar a dudas: temía que la cantante estuviera retenida contra su voluntad por su pareja, Leandro García Gómez, en un contexto de violencia física y psicológica extrema.

La ex Bandana, que desde agosto había comenzado a retomar su carrera con fuerza, estaba —según la denuncia— aislada, controlada y silenciada. Lo que parecía una relación sentimental era, en realidad, una trampa de sometimiento.


La búsqueda y la mentira

Durante la madrugada del jueves, la Policía de la Ciudad llegó hasta el departamento de García Gómez, en Palermo. Al ser consultado, el hombre negó rotundamente que Lourdes estuviera allí. Mintió. La Policía lo percibió y una consigna quedó apostada frente al edificio.

A la mañana siguiente, nuevos testimonios de vecinos y del encargado confirmaron la sospecha: Lourdes estaba adentro. Sin embargo, el hombre siguió negándolo y se negó a permitir una inspección completa, alegando que “no tenían orden de allanamiento”.

Mientras tanto, la preocupación crecía en redes y medios, y un hecho inesperado agitó aún más las dudas: Lourdes subió un video a sus redes en el que se mostraba desorientada, balbuceante y sin coherencia. Decía estar “con gripe desde el lunes” y que todo era un malentendido. Pero su aspecto era alarmante.


“Prefiero una amiga viva a una amiga muerta”

Fue Lissa Vera, también ex Bandana, quien dio un paso decisivo: se presentó ante la Justicia para respaldar la denuncia y describir lo que ella misma había notado como un aislamiento forzoso y un control enfermizo. Con la frase “prefiero una amiga enojada y viva, a una amiga contenta y muerta”, sintetizó el dilema que enfrentan tantas mujeres y amistades en contextos de violencia.

Su testimonio fortaleció la sospecha de que Lourdes no estaba en libertad.


El allanamiento y el hallazgo

Cerca de las siete de la tarde, tras la orden judicial, la policía irrumpió en el departamento de Palermo. Allí estaba Lourdes: drogada, semiconsciente y sola. O al menos eso creían, hasta que hallaron a su pareja escondido en un placard.

La cantante fue trasladada al Hospital Fernández, donde confirmaron que no tenía lesiones visibles ni había consumido drogas ilícitas o alcohol. Sin embargo, sí presentaba benzodiazepinas en sangre, un fármaco ansiolítico de venta controlada que ella admitió haber tomado.


Una libertad en disputa

Mientras García Gómez quedó detenido en la alcaidía de Pompeya e imputado por privación ilegítima de la libertad, Lourdes fue dada de alta horas después. No quiso ver a su madre y evita responder los llamados judiciales.

La fiscalía intenta citarla como testigo, pero la víctima parece atrapada en el mismo círculo que la retuvo: la negación, el miedo, el vínculo emocional con su agresor.


Estado

El caso reaviva un debate urgente: ¿hasta dónde puede actuar el Estado cuando la víctima no denuncia o no ratifica la denuncia? En los delitos de violencia de género, la acción penal requiere impulso de la víctima, salvo situaciones excepcionales. Es decir, si la mujer no sostiene la denuncia, la causa puede quedar paralizada.

Distinto es el caso de la privación ilegítima de la libertad, que sí es un delito de acción pública, lo que permitió que la justicia actuara aun sin la colaboración de Lourdes.

Pero mientras las normas se discuten, la realidad golpea: muchas mujeres nunca llegan a denunciar, o lo hacen cuando ya es demasiado tarde.


Una historia que no puede repetirse

El caso de Lourdes Fernández refleja la complejidad de las violencias invisibles: las que no dejan marcas, pero anulan la voluntad. La artista fue rescatada con vida, pero su historia muestra que la frontera entre el control y el encierro es delgada, y que el amor puede ser usado como instrumento de dominación.

Porque la violencia de género no siempre empieza con un golpe. Empieza con una orden, una amenaza, un “no salgas”. Y cuando el Estado duda o llega tarde, el final suele escribirse con sangre.


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