El aguafiestas

Magnus Carlsen desafía e intimida sin pausa a la decadente Federación Internacional de Ajedrez (FIDE).

Por Rafael Laborian para Noticias la Insuperable ·

Aunque su condición de número uno del ranking mundial desde hace más de una década le haya valido privilegios en constante aumento, sus demandas excepcionales, sus desplantes e inconductas no cesan, especialmente en tiempos de pos-pandemia.

Carlsen no se ha privado de acusar sin pruebas de tramposo a un colega, de abandonar torneos o ufanarse de actitudes antideportivas. Despreció su condición de embajador deportivo con estas actitudes e, incluso, calificó de circo la disputa por la corona mundial de ajedrez a ritmo clásico que su decisión de no defenderla dejó vacante en 2023.

Pocos días atrás, en el mundial de rápidas y blitz, volvió a protagonizar escándalos que dejaron tan mal parados al arbitraje internacional como a FIDE. Todo parecería indicar que el noruego no desperdicia ninguna oportunidad para ridiculizar a los burócratas federativos que, puestos entre la espada y la pared, desnudan sin rubor los intereses que defienden a contramano de la imparcialidad.

Con arrogancia que no disimula en absoluto y que la Federación misma le ha fomentado con innumerables concesiones y prebendas, Carlsen humilla sin solución de continuidad a los burócratas que comanda Arkady Vladímirovich Dvorkóvich al tiempo que adelanta proyectos e importantes negocios que van relegando a los márgenes de la intrascendencia  las funciones de la éticamente devaluada FIDE.

Con el año nuevo encima, los preparativos de su casamiento –celebrado este fin de semana- y los detalles del Freestyle a pulir con su socio Buettner, el inefable Magnus decidió proponerle a Nepo ignorar la reglamentación del campeonato mundial de blitz y compartir el oro. Los árbitros del torneo, ninguneados, tuvieron que dejar la decisión en manos del presidente de FIDE que, una vez más, expuso la institucionalidad al papelón.

El contexto institucional

El ajedrez atraviesa el periodo de mayor popularidad de su historia. Los negocios en torno al juego ciencia son muy reales y el mundo digitalizado le es propicio. La FIDE recauda más dinero que nunca, teje alianzas comerciales y mantiene un staff amplio que se beneficia de la opulencia con mínimo esfuerzo.

La prosperidad es un hecho cierto. La competencia ajedrecística de alto nivel cuenta con incentivos económicos nuca antes soñados. La masividad se expresa a través de las redes, los youtubers, las partidas en línea y también con la proliferación de torneos presenciales. Los frecuentes escándalos en la competencia, como se vio, a la par de arbitrariedades y polémicas, tampoco faltan.

En la esfera institucional, el sistema de corrupción de Florencio Campomanes prendió en FIDE como en otras federaciones deportivas. El filipino, que fue presidente efectivo desde 1982 hasta 1995 y honorario hasta su muerte en 2010 –sin hablar de Kirsan IIliumyínov-, dejó sentadas las bases para que Arkady & Co. pudiesen obtener máximos beneficios de esta primavera que hoy vive el ajedrez.

Todo esto y mucho más, por supuesto, lo saben las estrellas del tablero. La que brilla en lo alto del ranking, Magnus Carlsen, mejor que nadie seguramente. Y el cisma federativo que se extendió por una docena de años no es tan lejano como para haber caído en el olvido en tiempos en los que las controversias e iniquidades se multiplican al calor de beneficios inmediatos o potenciales.

La mezcla de intereses, miserias, pujas, goce y sacrificios está agitándose en la coctelera con mucha energía desde principios de la pos-pandemia, hito de una palpable explosión de la masividad del ajedrez. Con actividad plena en tierra firme y éter, la fiesta en FIDE trocó en orgía del beneficio con manteca al techo incluida: políticos, empresarios, ajedrecistas con influencia –no hay que olvidar el triste papel de Anand, ex campeón mundial- y segundas líneas de pícaros se afanan en la tarea de enquistarse en el amplísimo organigrama institucional.

Aguafiestas

Con arcas rebosantes, vida de reyes para sus autoridades y toda suerte de retornos para sus miembros que, desde los cargos ejecutivos hasta los integrantes de comisiones, gozan la opulencia, mantener el statu quo se hizo vital para FIDE en esta primavera del ajedrez que podría extenderse gracias a una diversidad de factores que auguran continuidad.

La precocidad de los talentos, por ejemplo, acapara la atención de los medios tradicionales, incluso la de los no especializados. Los torneos infantiles son Meca del beneficio para organizadores en muchísimos países tributarios.

La colonización de los circuitos educativos nacionales, por otro lado, avanza a ritmo sostenido gracias al mito del ajedrez aloe vera que alimentan interesados que, en el fondo, aborrecen la pedagogía, e incautos que la idolatran por inercia de corrección política.

Las Olimpiadas de Ajedrez, con récord de participación e incremento de la presencia femenina en Budapest, reforzaron la señal de un crecimiento sostenido de jugadores, afición y audiencias.

Al clima festivo-recaudatorio, para zozobra de la dirigencia, se le opuso un aguafiestas con poderío económico, buena prensa e, incluso, admirado reconocimiento de sus pares de la élite. Los popes de FIDE, entre los que no faltan experimentados ex funcionarios estatales, en principio subestimaron el poder de fuego del escandinavo. Respondían con elogios a los desplantes y le “perdonaban la vida”.

Pero la estrategia de tratarlo como a un genio excéntrico y vanidoso no dio resultado. La pelota quedaba siempre en el campo de FIDE, los burócratas tenían que apelar al despeje agónico, al puntazo rústico y el aguafiestas salía muy bien parado, cada vez más firme e independiente, dispuesto a un nuevo ataque.

Como si todo esto fuera poco, el noruego arremetió con un proyecto de Ajedrez 960 al que la Federación intentó oponerse desde las sombras y, en paralelo, el presidente de la federación rusa de ajedrez, un temible multimillonario, puso en duda la legitimidad de la derrota de Ding en el match con Gukesh con la exigencia de una investigación.

La controversia por el proyecto de Ajedrez 960, el Freestyle Club, que parecía haberse resuelto felizmente, volvió a salir a la luz tras el episodio de los vaqueros de Magnus en Nueva York. El conflicto parecía irresoluble aunque, finalmente y con tantos intereses en juego –patrocinadores, público, retransmisiones, etc.-, con su presencia en el blitz dio la sensación de que el noruego había “aflojado” en virtud de las dotes negociadoras de Arkady. Nada más lejos de la realidad.

Imagen: Ole Kristian Strøm – VG

El hábil escandinavo encontró la manera de enviarle a FIDE un presente griego de fin de año a través del árbitro de la moda, Holowczak, y sus adjuntos. Con Nepo como partenaire, decidió que por primera vez una corona sería compartida. Alegó cansancio extremo, propio y de su contrincante, y nones a la muerte súbita del reglamento del torneo.

Con picardía dejó filtrar el plan que seguirían con Nepo ante una negativa de Arkady: tablas rápidas hasta que las velas no ardiesen y los burócratas se pusieran verdes, algo que después justificó como una broma. El sí del presidente de FIDE llegó en un santiamén: la pareja de conjurados reinaría en la comarca del relámpago con la bendición federativa. Y feliz año nuevo.

Ganar y dejar en evidencia

La pelota quedó nuevamente en el campo de FIDE, que tendrá que dar explicaciones y justificar el dislate. La afición difícilmente cuestione a Carlsen que, después de todo, no hizo más que acercarse a un querido colega para compartir el justo liderazgo. El cansancio no tiene por qué justificarse, máxime si se prevé una lucha larga y extenuante por venir. La humana solicitud podía haberse denegado de plano o respondido con una contrapropuesta. La responsabilidad es toda de FIDE.

Carlsen viene demostrando que sus triunfos en el terreno político y diplomático del ajedrez son más sutiles de lo que aparentan. Gana pulseadas y deja en evidencia. Se saca pesos de encima y continúa con sus propios negocios. Poco a poco, sin desperdiciar oportunidades, muestra que en la actualidad los intermediarios institucionales estorban y se llevan mucho más de lo que merecen.

Con la visión empresarial en boga, con el automatismo reinante, los pocos servicios esenciales que brinda FIDE bien podrían tercerizarse a costos ínfimos. Y en un deporte tradicionalmente individual, cada jugador profesional  llevaría las riendas de su carrera sin el estorbo de una burocracia carísima. Y quienes estén a la vanguardia del negocio del ajedrez, como Magnus, tendrán el máximo beneficio.

Carlsen mantiene estrecha relación comercial con chess.com, el cuasi-monopolio en línea del juego ciencia; será embajador del ajedrez para la Esports World Cup Foundation este año y, sobre todo, se asoció con el empresario Jan Buettner para el Grand Slam –Alemania, Francia, Estados Unidos, India y Sudáfrica- del Freestyle Chess Club (Ajedrez 960 o Fischer Randon) que promete un fondo de diez millones de dólares en premios.

Jan Buettner y Magnus Carlsen

La sostenida ofensiva del astro noruego podría verse como la punta de iceberg de un profundo cambio en los lineamientos organizativos y económicos de la competencia ajedrecística. Tal vez los nubelistas de los que habla Yanis Varoufakis también se impongan en este ámbito. Por ahora Magnus Carlsen está a caballo entre la forma tradicional del empresariado y el tecno-feudalismo.

Para FIDE quedan pocas esperanzas: el techo enmantecado se les está viniendo encima a los burócratas ya aplastados por el desprestigio. La onda expansiva del descrédito más temprano que tarde alcanzará a los aprendices de brujo institucional de los países asociados al esperpento de Lausana. En tanto, el aguafiestas disfruta de su luna de miel sin remordimiento alguno. Business is business.



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