Después de los tucumanos es hora de barajar…
Por Ignacio Elfratini para Noticias La Insuperable

En el mundo Boca, los ciclos no arrancan: se inauguran. Y así fue como Miguel Ángel Russo volvió a sentarse en el banco de suplentes, con la misma calma que en 2007 pero con un plantel que, esta vez, no se arma solo. Recién llegado, el DT está en plena etapa de laboratorio: prueba, combina, mezcla y anota. Por ahora, no hay fórmula mágica, pero sí hay paciencia. O al menos, una que se disimula bastante bien detrás de cada micrófono.
Russo, con la serenidad del que ya conoce el monstruo por dentro, no desespera. Sabe que el camino recién comienza, que todavía hay que aceitar piezas, acomodar figuritas y —detalle no menor— entender quién juega y quién cree que juega. En esa búsqueda, se notan las buenas intenciones y una idea que va asomando de a poco, entre cambios, pibes que piden pista y referentes que aún calibran su GPS interno.
Mientras tanto, en un palco cada vez más simbólico, Juan Román Riquelme observa con esa mezcla de poker face y ajedrez emocional que lo caracteriza. No necesita bajar al vestuario para marcar presencia: su influencia flota en el aire, en las decisiones, en los silencios, en esa manera tan suya de estar sin hablar… y hablar sin estar.
La estructura está firme. El club, a pesar del murmullo externo, tiene un rumbo. Y eso —aunque parezca poco— en el fútbol argentino es un montón. Russo busca el equipo. Riquelme cuida la idea. Y el hincha, siempre tan exigente como pasional, hace lo que mejor sabe: soñar con volver a ser.
Tiempo hay. Proyecto también. Y aunque el reloj siempre corre más rápido en la Bombonera, por ahora nadie se baja del barco. Russo tiene el timón, Riquelme la brújula. La navegación recién empieza.
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