Convivir en ausencia

En tiempos de constante e inabarcable avance tecno-científico las relaciones humanas se degradan y problematizan cada día más.

Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·

Encontrarse, reunirse, hablar por teléfono, visitarse, conversar cara a cara y, en definitiva, compartir y convivir, han tornado más en excepcionalidades que en actos comunes y corrientes. La tecnología es la gran excusa para justificar un modo de existencia de empatías ligeras o nulas, horror al compromiso, cerrazón e intenso cultivo de un egotismo que oculta carencias indisimulables en los entornos presenciales.

Como la aversión al riesgo en el mundillo de los inversores especulativos, la dinámica social exhibe una fobia relacionada con los intercambios humanos: el otro –sin perjuicio de cualquier consideración lacaniana-, el prójimo, encarna más amenazas que potencialidades benéficas, más incomodidad que confort.

El grueso de los entornos que aún exigen presencia física se caracterizan más por la competitividad áspera que por la convivencia armónica.

La comunicación mediada, entonces, sería la menos riesgosa manera de relacionarse porque permite alternar sincronía y diacronía a voluntad, apurar y postergar, no poner el cuerpo, aparecer y desaparecer. La cercanía al compromiso cero es una de las panaceas del contacto mediado por tecnologías en tiempos de cancelación, crítica despiadada y censura ideológica virulenta.

La excusa de un avance tecno-científico acelerado, imparable, que reconfigura constantemente los modos de vida y relación más allá de voluntades individuales o cuestionamientos, barre bajo la alfombra la crudeza de una hegemonía económica de minorías que impone políticas que se valen de las TIC para minimizar cualquier resistencia organizada que ponga en entredicho la arbitrariedad de la ideología impuesta como sentido común indiscutible.

En el terreno de las mal llamadas redes sociales, existe una asimetría evidente entre los participantes. Tras el espejismo de una comunicación democratizada se camuflan tanto la manipulación emocional como las construcciones falaces de sentido. Los sesgos interpretativos se apoyan en fake news, incitaciones al pánico o a la indignación.

Allí los algoritmos crean islas ideológicas intercomunicadas por un mar de enfrentamientos irracionales, agresividad verbal extrema y reinado goebbeliano del big data. Casi nadie sabe a ciencia cierta qué es humano y qué es artificial en los flujos y reflujos informativos, en los antagonismos y la imposición de agendas, estadísticas de interés público y tendencias.

Dos décadas de vértigo en el progreso tecnológico moldearon todas las tipologías relacionales existentes y potenciales en un mundo híper-conectado que da la impresión de empequeñecerse día tras día. La vida en red, la escalada virtual y el automatismo son, a la vez, abstracción y realidad.

Transitamos el siglo XXI Inmersos en la paradoja de las apariencias inmateriales de una virtualidad que influye decisivamente en el universo físico de la existencia. Bienestar o precariedad, opulencia y miseria, pérdidas o ganancias, éxito político y ostracismo dependen de actuaciones concretas en el seno del entramado digital.

Pilares endebles

La directriz “Aprender a vivir juntos” fue uno de los cuatro pilares para la educación del siglo XXI que a mediados de la década de 1990 propuso la comisión de la UNESCO encabezada por Jacques Delors en un informe que se hizo famoso bajo el título La educación encierra un tesoro (1996),que UNESCO publicó en compendio.

El informe, que reunía descripciones e información valiosa, pero era, en realidad – con buen maquillaje, claro-, el tesoro del proyecto educativo neoliberal en ascenso, cosechó elogios en abundancia, incluso de las ramas del progresismo pedagógico.  Hubo emociones y un lirismo que no dejaba ver el prosaico fondo del asunto. Casi Todos los pedagogos, rectos o charlatanes, se sentían en la obligación de citar al bueno de Jacques.

Noah W. Sobe, Oficial Superior de Proyectos del equipo de Futuro del Aprendizaje y la Innovación de la UNESCO, en 2021,  ensayó una reformulación no oficial –es decir: sin aval institucional explícito- de los pilares delorsianos. Según parece, lo guiaba la ilusión de un resurgimiento humanista generado por las lecciones que dejaría la pandemia, algo que hoy ya sabemos que no sucedió.

“Aprender a vivir juntos”, que es el pilar que aquí más nos interesa, lo transformó en “Aprendiendo a vivir en un mundo común”. Al respecto, declara:

“Si bien «juntos» es un concepto sólido, no podemos permitir que solo signifique la coexistencia pacífica de «vivir con otros». Tolerar y respetar los derechos y las formas de ser de los demás es un primer paso. Sin embargo, el desafío para los seres humanos que vivimos en el planeta Tierra en 2021 es crear formas saludables y sostenibles de convivencia: entre nosotros y con el planeta. Orientar este pilar hacia  aprender a vivir en un mundo común  eleva la importancia de una educación que interactúe con nuestra humanidad común y con el mundo natural del que formamos parte. Este cambio nos permite redefinir la vida en común como una experiencia entrelazada y fundamentalmente compartida.”

Al margen del ornamento hecho pilar y las reformulaciones de ocaso de pandemia, lo cierto es que el terreno venía preparándose desde 1990 en el Foro Internacional de Educación de Jomtien, Tailandia, con la engañosa consigna “Educación para Todos”. La noble tapadera: bregar por la necesidad de alfabetización plena y universalización de la educación básica. La propuesta real: que los estados nacionales se desentendieran del resto de los nivelas del sistema y, sobre todo, de los gastos que implicaban para el erario.

Desde la educación para todos de Jomtien hasta los pilares de Delors se acumularon cantos de sirena, rimas e ingeniosos juegos de palabras: equidad y calidad, aprender a ser, aprender a hacer y aprender a aprender, entre otros por el estilo. Estadistas, ministros de educación, políticos en general y ejecutivos bien remunerados de organizaciones de la sociedad civil formaban el coro en el que el proyecto educativo neoliberal se constituía en corifeo.

J. Delors

El mentado pilar de aprender a vivir juntos parecería haber sido sorprendido por la escalada digital. Pero es una apariencia. Tras la exaltación de la calidad y del paradigma del trabajo en equipo, la sinergia y la comunicación efectiva, se apedreaba cualquier inversión estatal en educación más allá de la básica –con limitaciones, incluso, para ese nivel-, cualquier participación para equilibrar y, por ende, toda medida que los estados nacionales pudieran tomar para prevenir el ensanche de la brecha digital que se veía venir.

Así como la comisión de la educación para el siglo XXI la presidió Delors, otro francés, Valéry Giscard d’Estaing, en la década del setenta y como presidente de la nación, encargó a Minc y Nora un informe que se publicó bajo el título de La informatización de la sociedad. Ya en esos tiempos lejanos Giscard d’Estaing previó profundas transformaciones y amenazas de arduas desigualdades a medida que las TIC se integraran a la vida social.

Con tantas décadas de ventaja para reflexionar, planificar e invertir, el pilar correspondiente a la convivencia podría haber sido de lo más robusto en el siglo XXI. Sin embargo, por el contrario, es tan endeble que ha dado paso al protagonismo del acoso dentro y fuera del ámbito educativo, a la intolerancia, la indolencia y al reaccionarismo.

El triunfo del proyecto educativo neoliberal, que hoy explotan las extremas derechas que se multiplican en el mundo, le quitó sentido al aprendizaje de la convivencia ante el imperativo de luchar por sobrevivir en un marco de precarización vital generalizado. La era digital se transformó en la era de la ferocidad como la entiende, por ejemplo, Bifo Berardi.

Bifo Berardi

Tecnovivir

La convivencia –no la de Oscar Viale, que es hoy pieza de museo en un acto (1979) con potencial para actualizarse y saltarnos a la yugular- se ha vuelto un peso tan insufrible como el compromiso con lo que sea o las casi extintas visitas sorpresa. Tocar un timbre o llamar por teléfono sin haberlo acordado por mensaje se ha tornado sacrilegio irredimible. Confirmar asistencia a lo que fuere sin beneficio de cancelación agónica es, se piensa, para dementes.

Oscar Viale

Compartir un espacio real, una experiencia o el temido cara a cara exige ciertas competencias y voluntad entusiasta que las más de las veces damos por disueltas en la noche digital. La mediación tecnológica tiene sus comodidades y la IA promete muchas más. No hay luditas en el horizonte ni silbiditos que nos traigan advertencias de Pepe Grillo. No sabemos si perdimos o ganamos, pero no importa: la suerte parece estar echada y las flaquezas volitivas nos acompañan.

De postales y costumbres pasamos a virtualidades argentinas, aunque aquí en NLI las tomemos en ácido solfa, al menos en su dimensión partidaria y sociopolítica vernácula. La mediación tecno-digital,  incluso la analógica, que J. Dubatti define como tecnovivio[i], se ha impuesto en el mundo, también, con sus claroscuros y evolución, tanto en el arte como en el prosaico transcurrir cotidiano.

El convivio[ii], que el mismo Dubatti señala como rasgo esencial del teatro, sobrevive en espacios de representación, reunión o de necesaria presencia grupal e interacción; muchísimas veces comparte zonas liminares –la tercera zona- con el omnipresente tecnovivio.

Jorge Dubatti

La filosofía del teatro, que cultiva Dubatti, y la investigación disciplinar aportan mucho más de lo que a priori podría parecer relevante para el análisis de la creciente virtualización que hoy por hoy nos toca afrontar. Siendo Buenos Aires indiscutida capital teatral, contamos con ventajas apreciables, material al alcance de la mano y elementos para la reflexión.

La experiencia tecnovivial, que en la zona fronteriza también se ha colado en los pliegues del convivio ritual propio del teatro, da la impresión de necesitar en el trance actual una ampliación teórica de la fantasmagoría de artificios presentes que, además, anticipe los que esperan a la vuelta de la esquina. Porque la existencia mediada por tecnología hace tiempo ya que no puede circunscribirse en exclusiva a intercambios netamente humanos desterritorializados.

Aunque el convivio decline inexorablemente en favor del tecnovivio, crece la sensación – con tintes calderonianos- de estar más inmersos que nunca en el gran teatro del mundo: tenemos, en sentido figurado, claro está, una dramaturgia desnaturalizada, que evita la presencialidad, la catarsis aristotélica y el distanciamiento brechtiano a toda costa. Es una dramaturgia del odio, los sesgos, el miedo y la exasperación. Remedo de teatralidad en red o mensajería, podría decirse con afán reduccionista.

De la metáfora al espejismo

El camino tecnovivial viene de muy lejos. Es tan difícil imaginar su punto de partida como suponer un final. La sensación es de una suerte de infinito con remansos, segmentos de aceleración y picos de vértigo embriagador. Del humo al telégrafo o de la carta al email ¡cuántas emociones!

Los hitos analógicos, incontables y señeros, con protagonismo exclusivo de un fenómeno o con varios superpuestos, reconfiguraban el mundo comunicacional e, incluso, enriquecían el convivio al reducir las intermitencias y quiebres prolongados en el contacto humano.

La transición de lo analógico a lo digital se nutrió de metáforas de acercamiento entre mundos palpables e intangibles. Tanto para el quehacer individual como para la vida de relación se impusieron tropos y analogías que suavizaban sensaciones de extrañamiento y resistencias frente a la virtualidad: escritorios en pantalla, conversaciones electrónicas en tiempo real, cartas viajando en el éter, carpetas sin papel ni anillos y un sinfín de abstracciones desbarataban límites sensoriales antaño infranqueables.

El tecnovivio del siglo XXI, sin embargo, se alejó paulatinamente de la metáfora para imponer su terminología y predominio por encima del convivio. La tercera zona se naturalizó en ámbitos antes vedados y, como franja liminar, se amplió. Actos escolares, mítines, teatro, recitales, reuniones sociales o laborales y muchos otros espacios de encuentro, intercambio y actividad fueron atravesados por la sinuosidad tecnovivial.

La metáfora base, es decir: la red, lógicamente, permanece como cimiento, como referencia ineludible, como contenedora de la existencia digital. Puede ser límite o ilusorio infinito. Es difícil pensar entidad fuera de la red: lo que está en red es y lo que no está en red no es representaría la parmenídea sensación actual. O red y vacío, con Demócrito.

Lo cierto es que la oposición convivio-tecnovivio ya no es clara o, quizá, ya no exista más que como rara excepción. Hoy por hoy ese binarismo deviene más que abstracto. El convivio puro y duro no existe. O existe solamente en experiencias teatrales inmaculadas y  en contextos de exclusión, es decir: en la esfera del no ser.

La esfera del no ser, desafortunadamente, es amplia. La denominada brecha digital sigue siendo un problema grave. Solo unos pocos países con alto desarrollo humano alcanzan un porcentaje elevado de alfabetización digital. Ancianos, pobres, minusválidos e indigentes quedan afuera, cada vez con menos acceso a las bondades mínimas de la civilización, o lo que de ella queda. Estados y organizaciones de todo tipo avanzan en sus proyectos de digitalización absoluta sin miramientos.

Mientras los nubelistas explotan los feudos que establecieron en el éter, en la esfera plebeya del ser digital luchan entre sí los que pagan tributo. Los excluidos experimentan el convivio forzado en una suerte de Edad de Piedra asentada sobre trastos analógicos.  Para todos, la civilización va quedando atrás. Aprender a vivir juntos ya ni siquiera puede considerarse una utopía.


[i] “Llamo tecnoviviales a las relaciones humanas a distancia, desterritorializadas a través de una intermediación tecnológica que permite la sustracción de la presencia física del cuerpo viviente en territorio y la sustituye en el contacto intermediado con el otro por una presencia telemática y/o virtual, sin proximidad de los cuerpos, en una escala ampliada a través de instrumentos y máquinas.”

[ii] “investigo bajo el nombre de convivio las relaciones humanas en reunión territorial, en el espacio físico y en presencia física, en proximidad, a escala humana, en, desde y con la “carne de mundo” (tomando la sabia expresión de Merleau-Ponty, 1985), sin mediación tecnológica (a través de instrumentos, máquinas) que permita la sustracción/desterritorialización de la presencia físicade los cuerpos. A los estudios conviviales les interesa la afectación de los seres vivos, entresí, en el espacio físico, la zona de experiencia y subjetivación que se produce en el encuentroterritorial, la materialidad física de los cuerpos como parte y prolongación de dicho espacio, como acontecimiento fundante de la existente.”


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5 Comentarios

  1. «Sinuosidad tecnovivial …, convivió…, tecnoviviales…» Excelente nota para entender. Aplicado y con éxito a lo que llaman batalla cultural. Un plan sistemático debidamente concebido.

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