La controversia en torno a la existencia del alma humana atraviesa los siglos sin que su discutida entidad pierda fuerza en el plano simbólico.

Por Alfonsina Madry para Noticias La Insuperable ·
Alma y materialidad no se llevan bien. Suena a contradicción, sobre todo cuando los avatares de la politiquería sitúan en la palestra a los desalmados que en distintas latitudes se burlan de la discapacidad ajena, que humillan al minusválido y se aprovechan de su padecimiento para lucrar al margen de la ley con la estructura estatal como escudo.
Espíritu, alma, mente, o como quiera llamársele, es una entidad abstracta a la que atribuimos una fuerza de acción, sentir y pensar humanos. Por más discutida o cuestionada que resulte su existencia, parece Ineludible en el plano metafórico: hay desalmados, mentes podridas, pobres de espíritu, almas perversas y un sinfín de tropos que saltan cuando la ocasión lo amerita.
A principios del siglo pasado, sin gran seriedad ni éxito, un médico –el escocés-norteamericano Duncan MacDougall- intentó probar que el alma humana existía materialmente, que tenía peso. Para él, literalmente, los desalmados eran los perros –y, por añadidura, los animales en general-: no perdían ni un gramo al morir.

Sus desprolijos experimentos con humanos moribundos y muertos, perros, básculas (Fairbanks) y otros elementos le permitieron arriesgar la cifra de 21 gramos, que era la diferencia de peso entre el hombre aún vivo y muerto instantes después.
El alma, entonces, para él y de acuerdo con sus cálculos, pesaba alrededor de 21 gramos (un peso de entre ½ onza a 1¼ según dijo), de acuerdo con la «Hipótesis sobre la sustancia del alma junto con la evidencia experimental de la existencia de dicha sustancia» que formuló.
La pertinacia un tanto delirante de Duncan para otorgarle existencia material concreta al alma humana inspiró a Guillermo Arriaga al escribir el guión de 21 gramos, película que dirigió Alejandro G. Iñárritu y se estrenó en 2003. Así las andanzas de Duncan llegaron indirectamente hasta el arte del siglo XXI.

No se conserva información que permita inferir que este médico haya intentado realizar algún experimento en su obsesiva línea de investigación con hombres considerados desalmados. Tal vez lo haya intentado, pero nada se sabe al respecto.
Como todo vuelve, si algún científico un tanto místico retomara la idea experimental de Duncan en nuestros días seguramente estaría dispuesto a ampliar el universo de muestras humanas y excluir a los inocentes perros que tan pocos indicios dan de haberse despojado de las virtudes que se presume caracterizan a las almas nobles.
En el contexto actual, con extremistas políticos plus ultra afincados en el poder de tantos países, nada raro sería que se intentara de nuevo el experimento cuando alguno de estos personajes cayera en desgracia u agonía.
Tampoco sorprendería que alguno de estos líderes del brutalismo pretendiera demostrar, con aval de la ciencia, que la única materialidad despreciable fuera la del alma porque, claro, no cotiza ni se transa en los venerables mercados.
Quizá, como última voluntad vanidosa, alguno de ellos expresará el deseo de ser pesado en agonía, primero, y en muerte, después, para demostrarle a la posteridad que jamás cargó con el peso del alma, lastre inútil, signo de estupidez e inferioridad, verdadero anti-capital humano, sinónimo de empatía o conmiseración o tontería de ese estilo.
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