
Teatro y literatura entrecruzan miradas mentales evocativas que nuestra modernidad tardía brega por desbaratar sistemáticamente.
Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·
En su madurez creativa, Harold Pinter se entregó a los arcanos e incertidumbres de la memoria humana. Suele citarse esta frase: “El pasado es lo que recuerdas, lo que imaginas recordar, lo que te convences que recuerdas, aquello que finges recordar”. Hay en estas palabras diversas claves para abordar subjetividades y actuales construcciones de sentido común radicalizadas.
La narrativa individual, que distintas escuelas psicológicas reconocen como mutable pero necesaria para forjar la personalidad, se reconfigura a la luz del presente: circunstancias, afectividad, desencanto, intereses, entusiasmo, desarraigo, soledad, éxito o fracaso incluso, otorgarán sentidos cambiantes al pasado que conforma cada historia de vida auto-percibida.
Todo esto puede configurar conflictos interpersonales o quiebres comunicativos, como en el teatro de Pinter, o reconstrucciones individuales, como en la narrativa de Andruetto. Pero la gama de indagaciones artísticas no tiene límites imaginables. El universo mnemónico en el arte puede llevarnos hacia una profundidad vedada a las neurociencias.
La protagonista de Lengua Madre, Julieta, viaja “En busca de lo olvidado, al encuentro de lo oscuro, de lo ciego.”. En su novela, María Teresa Andruetto parte de la reconstrucción de una historia personal para ligarla a un conflicto pasado que, a su vez, implica historias de vida fragmentadas en clave epistolar.

En la recepción lectora del presente, la carta, como auxiliar de la memoria, tiene un halo anacrónico que le imprime al pasado tintes arqueológicos. Así, la sensación de lejanía contribuye a darle al rompecabezas que aborda Julieta tintes de labor mental sin certezas posibles. Únicamente la voluntad de conciliar memorias de una vida afectiva alguna vez compartida podría tener lugar.
Presentimos, entonces, que solo las ansias de la protagonista por reorganizar la historia de vida que la constituirá individualmente en su presente darán fruto: lo que dicen las cartas, lo que recuerdan otros personajes sobre su madre y el pasado que para ella aún es nebulosa que no puede aclarar nada más que con las descripciones que le brinda la historia argentina, se reordenarán a fuerza de deseo y no de certidumbre. O ella forjará a fuerza de deseo una certidumbre objetivamente inexistente pero imprescindible.

Atravesar la provisionalidad que impone la memoria parecería ser la manera única de sostener el yo, de encontrarle sentido al pasado y convivir con las provisionalidades personales que determinan nuestro entorno. No obstante, subyace una fragilidad que irrumpe cuando la imaginación, la impostura o la colisión de recuerdos confluyen en situaciones interpersonales.
Así, en Viejos tiempos, Pinter combina elementos mnémicos que abruptamente ponen patas arriba relaciones e historias de vida. Un matrimonio, Deeley y Kate, y una vieja amiga de esta, Anna, confrontan recuerdos que convierten progresivamente la inocente evocación en inquietud, duda, misterio y velada amenaza de pasado ominoso.
El “teatro de memoria” de Harold Pinter explora situaciones y conflictos que en escena le dan metafórica categoría de personaje al recuerdo. Es su voz evocativa la que dispara una paradójica poiesis incorpórea que se sirve del cuerpo del actor que desarrolla un papel. Es personaje parasitario que transforma relaciones e individuos habitando en alternancia cuerpos y mentes.

A la muy conocida Viejos tiempos se suman obras no menos relevantes en la exploración del universo humano de memorias en danza: Silencio, Tierra de nadie, Traición y Luz de luna, entre otras. A veces el presente es contenedor último de una serie de cajas chinas del pasado hecho recuerdo; en otras, como en Traición, al revés.
Mientras Andruetto en Lengua madre construye dándole entidad a lo incierto y fragmentario desde un yo vulnerado que busca reconfigurarse, Pinter convoca memorias en colisión para que la incertidumbre se imponga o la apariencia pueda ser realidad en lapsos sin interferencia evocativa explícita entre personajes.
En Traición, juegan el tiempo y las creencias, los recuerdos falseados y los engaños. La acción dramática comienza en el presente para culminar en el pasado. Las memorias de Jerry, Emma y Robert evocan situaciones compartidas entre ellos y con sus familias construidas mentalmente sobre bases falsas: el otro casi siempre sabía más o menos de lo supuesto en el recuerdo, moldeado en espejismos.
La historia de vida del burlador, para el caso de Jerry, forjada en parte sobre recuerdos de una época en la que creía que gozaba de impunidad, se altera: en un segmento de su vida no dio la imagen que creía haber dado, ni era valorado moralmente como creía. Es el burlador burlado, el más expuesto, pero no el único.

Puede haber autoengaños, pero también diferencias medulares entre la narrativa personal íntima y la pública. Y si hubiera manera de saberlo, la real seguramente no coincidiría con ninguna de las dos. Tanto desde el progresismo investigativo como desde el relato que construyeron los neoconservadores, neoliberales y ultraderechistas, lo por un lado incierto y por el otro falaz, muestra consecuencias nefastas.
La visión de este aspecto tan dinámico de la memoria en las relaciones interpersonales es profunda en el teatro Pinter, en la narrativa de Andruetto y en infinidad de creaciones de calidad, pero casi una ilusión para la investigación en ciencias sociales.
Las historias de vida tuvieron a partir de la década del noventa protagonismo cuasi-científico para los investigadores académicos. Hoy muestran sus flaquezas mucho más en las ciencias blandas que en el simbolismo escénico y en la literatura, que salen airosos de trances complejos. Hasta las alteraciones neurológicas que minan la memoria han hallado en la narrativa profundidades que escapan al discurso científico.
Para este último aspecto, “La respiración cavernaria” (en Siete casas vacías, 2015), de Samanta Schweblin, proyecta una visión de lo cotidiano atravesada por la invasión destructora de la personalidad que abruma hasta borrar la historia de vida, desbaratar cualquier aspecto de la intimidad e incidir en el entorno con ribetes siniestros: algo que por comodidad llamamos demencia pero es en verdad más inquietante que la locura.

Es plausible, por otro lado, considerar analogías entre la memoria personal y la social. Una hegemonía político-económica puede afianzarse tanto en el fingimiento del recuerdo a través de lo discursivo como al inducir con distintas metodologías la orientación de las miradas retrospectivas. El pasado engañoso es punto de promesa de futuros imposibles que consuelan con oropeles.
La combinación de lejanías míticas de Edad dorada y bonanza de futuro maná, por ejemplo, proporcionarían el marco de imposturas como las que proliferan hoy en día. Sin ellas, ligadas en buena medida a las celadas de la memoria, no sería quizá tan sencillo mantener condiciones como las del último lustro, donde el 1% más rico de la población capturó el 41% de toda nueva riqueza, al tiempo que solo el 1% fue a las raquíticas manos del 50% más pobre.[i]
En momentos en los que lo que alguna vez entendimos como verdadera política, con cierta confianza, muestra desesperante impotencia, se cierran los grifos civilizatorios, la fe democrática se esfuma y se pretende entregar el imperio de las memorias históricas y sociales a la IA sin importar su manipulación; solo va quedando la rendija artística como respiro cognitivo.
Casi sin asombro, vemos crecer todo aquello que hasta ayer nomás era muestra de horrores presuntamente irrepetibles: belicismo extendido, xenofobias, limpiezas étnicas, regodeos autocráticos, deportaciones y genocidios a plena luz y frente a las lentes de las cámaras. Todo inexplicable si no se piensa en los talones de Aquiles que la memoria muestra a justos y pecadores.
Para terminar, el ineludible olvido. Todos conocemos los tópicos referidos a sus efectos benéficos para suavizar traumas o conjurar el desamor. El olvido a fuerza de voluntad, como el que se impuso Kant para desterrar la sombra de Lampe, no es tópico pero casi. La negación, por consenso insana, no es precisamente olvido, aunque a veces se pretenda una confusión que asocie ambos términos.
El negacionismo en su retorno sí busca imponer el olvido. Los argumentos que disimula la imposición son, en general, lugares comunes: dos demonios en sucia pugna superada, mirar hacia adelante siempre, reconciliación social, olvido virtuoso sin revanchismo y frases de ese estilo. Olvidar primero, negar después, repetir si se quisiera cuando ya no haya recuerdo vivo del horror obliterado.
Aquí y en otras latitudes, no alcanzan las buenas intenciones de los argumentos históricos, racionales, testimoniales y jurídicos: son voz necesaria pero, en parte, abonan la ansiada confusión y las polémicas inconsistentes que los negacionistas pretenden constituir en antesala del olvido que, al fin, será negación tajante e indiscutible.

Dos textos de J. Áster publicados aquí, en NLI, nos ayudarán a no repetir lo ya expresado al respecto: “La quinta raza” y “Seguir la huella”. En el primero, de lo inmediato a lo mítico, se remonta de la tardomodernidad a Hesíodo; en el segundo, vive la evocación escénica de Haroldo Conti, desaparecido tras su secuestro, a través de la poética de Alfredo Martín. Desde distintas perspectivas, ambos interpelan la memoria, igual que Recuerdos del olvido.
El teatro de Harold Pinter, la novela de María Teresa Andruetto, el cuento de Samanta Schweblin y la dramaturgia de Alfredo Martín son creaciones que, como otras tantas sobresalientes en la esfera artística, nos acercan a los claroscuros de la memoria.
Frágil o indestructible, ostenta el portal del laberinto que lleva del recuerdo a la salida no siempre salvadora del olvido. El trayecto depara mutaciones, riqueza y oropel, retornos forzados e inclemencias, alucinaciones y celadas. Resiste la racionalidad referencial. Solo la metáfora brinda la oportunidad de profundizar humanamente en el cosmos de arcanos que representa la memoria.

Andruetto, María Teresa. Lengua madre. Buenos Aires, Mondadori, 2010.
Schweblin, Samanta. Siete casa vacías. Madrid, Páginas de Espuma, 2015.
Pinter, Harold. Viejos tiempos / Traición. Buenos Aires, Losada, 2008.
- Otra/s obra/s de María Teresa Andruetto reseñada/s en NLI: Como si fuesen fábulas
[i] En base al estudio del Comité Extraordinario de Expertos Independientes sobre la Desigualdad Global, encargado por el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa durante la presidencia de Sudáfrica del G-20: entre 2000 y 2024, el 1% más rico del mundo acaparó el 41% de toda la nueva riqueza generada; solo el 1% fue al 50% más pobre (cálculos basados en datos del World Inequality Lab).
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