Las pequeñas marcas que quedan por debajo del texto pueden significar una puerta al pasado y asombrosos descubrimientos.

En el 2012, Peter Williams, un historiador bíblico de la Universidad de Cambridge encargó a sus alumnos estudiar el Codex Climaci Rescriptus, un manuscrito medieval conservado en el monasterio ortodoxo de Santa Catalina, en la península del Sinaí. Lo que parecía una tarea común, ha sido uno de los descubrimientos más importantes. El joven Jamie Klair mientras realizaba la actividad que le había solicitado Peter Williams, se percató de un texto oculto, garantizando así un 10, definitivamente. Parecía tratarse de pasajes escritos en griego que se encontraban ocultos por debajo del texto. Los caracteres eran apenas visibles.
Encontrar textos por debajo de los manuscritos es más usual de lo que podríamos imaginar. Durante la edad media, el material de los pergaminos era piel de animal, en especial de oveja y por el mismo motivo, su costo era alto.
De esta forma, las personas solían borrar antiguos trabajos escritos para poder reutilizar las hojas; este tipo de textos reescritos se conocen como palimpsesto. Para lograr borrar el antiguo texto, las personas solían raspar con mucho cuidado la piel, adelgazando el grosor de la hoja y una vez obtenido el resultado deseado, escribían de nuevo.
Pero las pequeñas marcas que quedan por debajo del texto pueden significar una puerta al pasado y asombrosos descubrimientos, que, en su momento, se dejaron pasar por largo. Es por eso que un grupo de científicos decidió fotografiar 42 páginas del Codex Climaci Rescriptus usando diferentes longitudes de onda.

Después aplicaron algoritmos para buscar combinaciones de frecuencias que permitieran mostrar el texto oculto. Los resultados obtenidos fueron fascinantes, descubriendo que nueve páginas del Codex Climaci Rescriptus se trataban de información astronómica.
El catálogo de estrellas perdidas de Hipparchus, considerado como el primer intento conocido de cartografiar todo el cielo nocturno podría haber sido descubierto. El estudio fue publicado en Journal for the History of Astronomy, y el historiador Victor Gysembergh del Centro Nacional de Investigación Científica Francés CNRS en París le dijo a Jo Marchant en Nature que «fue claro de inmediato que teníamos coordenadas estelares».
A pesar de no tener la certeza que se trate de quién es el autor de dicho texto oculto, los expertos saben que el astrónomo griego Hipparchus estaba trabajando en un catálogo de estrellas del cielo del mundo occidental entre 162 y 127 a.C. Hipparchus fue un geógrafo y matemático griego, que es considerado (en diferentes fuentes) como el padre de la astronomía, «atribuyéndole el descubrimiento de cómo la Tierra «se tambalea» sobre su eje en lo que ahora se conoce como precesión. También se dice que fue el primero en calcular los movimientos del Sol y la Luna», según Science Alert.
Claudio Ptolomeo elaboró el catálogo de estrellas más antiguo que se conocía en el siglo II d.C., por lo que el descubrimiento del texto oculto, sitúa al trabajo de Hipparchus tres siglos antes, convirtiéndose en el nuevo mapa estelar más antiguo.
Según los investigadores, el pasaje oculto dice así: «Corona Borealis, situada en el hemisferio norte, en longitud abarca 9°¼ desde el primer grado de Escorpio hasta 10°¼8 en el mismo signo zodiacal (es decir, en Escorpio). En anchura abarca 6°¾ desde 49° desde el Norte Polo a 55°¾. Dentro de ella, la estrella (β CrB) al Oeste junto a la brillante (α CrB) conduce (es decir, es la primera en salir), estando en Scorpius 0.5°. La cuarta9 estrella (ι CrB) al este de la brillante (α CrB) es la última (es decir, en salir) [. . .]10 49° del Polo Norte. El más austral (δ CrB) es el tercero contado desde el brillante (α CrB) hacia el Este, que está a 55°¾ del Polo Norte».
Trabajos posteriores utilizan terminología similar a la de Hiparco, haciendo creer que basaron su trabajo e investigaciones en el del astrónomo. Las constelaciones mapeadas en este documento son Ursa Major, Ursa Minor y Draco.