Siempre hay una buena excusa para hablar de vinos: esta vez partimos de una simbólica guerra y de algunas curiosidades que los rodean en un país de gran tradición vitivinícola.

Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·
Un poco aburridos ya del ubicuo malbec que acapara conversaciones, apila tantas medallas como aduladores y recluta sin cesar expertos, aprovechamos la excusa de un acontecimiento deportivo que estuvo en el top five del interés mundial para explorar tesoros un poco olvidados en esta tierra de buenos vinos.
Entre copas, artes, festejos y competencias, esta vez el Danubio se impuso al Rin y los magiares desplazaron a los nibelungos: el codiciado oro se disputaba con fiereza en las Olimpiadas de Ajedrez de Budapest, a orillas del mítico río, mientras Hungría atravesaba su vendimia de otoño, estación dorada para un país tan orgulloso de su vino que hasta en el himno nacional lo invoca: “En los viñedos de Tokaj / Instilaste néctar.”.

No solo los vinos dulces de Tokaj se enaltecen, también los tintos contundentes de Villány y los atildados blancos de Balatón tienen su lugar en el corazón de los húngaros. La celebración de la cosecha, que estalla en fiesta extendida a principios de octubre, pone en planos destacados, precisamente, a las regiones de Tokaj, Etyek, Villány, Eger y Balatón.
Paréntesis para señalar que esta perla cultural magiar viene a cuento gracias a nuestro columnista Rafael Laborian que, pocos días atrás, a través de una de sus colaboraciones virtuales para la sección de ajedrez, se acordó del Tokaj a raíz de las picardías de esos dirigentes deportivos que nunca nos faltan, en este caso los que picaronean gracias al hoy de moda juego ciencia.
Rafael, ahora en Ginebra colaborando también con la Oficina Internacional de Planeamiento de la Educación -la misma que supo dirigir con mano maestra el siempre recordado Dr. Juan Carlos Tedesco-, tras haber pasado algunos años en el programa de ajedrez educativo en Armenia, tierra de sus ancestros, disfruta en Suiza de las brisas que le llegan desde la Hungría del buen vino. Así que, con gusto, agradecemos su ocurrencia y buen olfato.

Volviendo a lo nuestro, muchos amantes de los vinos dulzones dirán que en la Argentina un Tokaj aszu de entre tres y seis puttonyos (grados de dulzura) cuesta más que una jubilación mínima de economía libertaria. Es cierto, entre ajustes demenciales y amarga recesión caputtonyana todo nos cuesta un ojo de la cara.
No era así con el prócer turco, él nos dio al menos unos años de letal fantasía en la que podíamos alzarnos con un Tokaj y otras joyas líquidas del viejo mundo a precio de tetra sanjuanino. Pero, en fin, tomemos nota para cuando vengan libertades mejores. O para cuando algún dirigente amigo de un amigo traiga en valija diplomática una que otra caja de vinos húngaros.

Para los puristas de las denominaciones de origen (DO) también hay una referencia histórica a propósito del Tokaj: los vinos de la región de Tokaj-Hegyalja fueron los primeros en contar con una DO en el mundo. El marco de elaboración se estableció en ¡1757! No en vano son los dulces de mayor prosapia y valoración internacional. Dicho sea de paso, se elaboran exclusivamente con las variedades furmint, hárslevelü, sárgamuskotály y zéta.
Los amantes de los vinos dulces, que en los últimos tiempos aparecen hasta debajo de las baldosas, estarán de parabienes cuando el prometido festival de libre mercado, inversiones, competencia y dólares baratos sobreabundantes les permita comprarse la botellita de tokaj para el postre hasta en el chino de la vuelta.
También hay buenas noticias para los amantes de los blancos pasados de moda en nuestro confín rioplatense. Por estos lares el Riesling, por ejemplo, ha caído en desgracia y conseguir algunas botellitas se hace cuesta arriba. En la Bodega de los Canale de General Roca hacen uno excelente a precio razonable, pero se agota en un abrir y cerrar de ojos. Otros nacionales hay que pagarlos a precio de oro o anotarse en lista de espera.
Lo cierto es que en las tierras altas del Balatón, el lago del que los húngaros presumen llamándolo “Mar de Hungría” por ser el más grande de Europa del centro, se produce un finísimo Riesling, de una variedad –Olaszrizling- distinta a la alemana del Rin. En esta región también destaca el pinot gris –Szürkebarát-, al que seguro no le faltarán cultores.
Aunque, si de blancos se trata, los entendidos señalan a Kéknyelű y Juhfark como las verdaderas joyas escondidas del genio vitivinícola magiar. Kéknyelű es variedad única que se encuentra en una pequeña zona de origen, en Badacsony. Juhfark se cultiva principalmente en Nagy-Somló.
Por último, nos vamos a Eger, cerquita de la frontera con Eslovaquia, una zona seca, de largos inviernos, en la que se produce el afamado blend de tintos Sangre de Toro -Egri Bikavér-, clásico húngaro, “turístico” si se quiere, con leyenda incluida que se remonta a mediados del siglo XVI cuando la caballería local –circa 1522- resistía heroicamente el asedio de Solimán el Magnífico: los soldados turcos, se dice, sospechaban que los húngaros mezclaban el vino con la sangre de los toros. Hay muchas versiones de esta leyenda, claro.

¡Ojo!, no confundir el Egri Bikavér con la muy conocida marca de vinos española Sangre de Toro de la bodega Torres.
Y así, con una apelación a la muy transitada analogía entre el ajedrez y la guerra, entre cepas y leyendas, la guerra del ingenio sobre el tablero nos trajo hasta el vino húngaro del que, sin duda, merecía la pena comentar una que otra curiosidad. Como dijo en el tan citado verso en román paladino el maestro Gonzalo de Berceo, este apunte discreto sobre el tokaj y sus vecinos “Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino”.
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