La inesperada definición del Campeonato Mundial FIDE 2024 que se disputó en Singapur dejó interrogantes e inquietudes que cuestionan la transparencia del ajedrez internacional a su más alto nivel.

Por Carolina Príncipe y Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·
La isla Sentosa tiene una larga historia pero, en verdad, el vínculo que la liga al ajedrez de alto nivel es reciente. Sus playas, su fuerte y su selva, testigos por décadas de las marchas y contramarchas de conflictos internacionales, son ahora un codiciado destino turístico que engrosa las arcas de Singapur, el país con el mayor PBI per cápita del mundo.
En malayo Sentosa quiere decir paz y tranquilidad, caracterización que en nada condice con su pasado castrense, las penurias de colonia y las matanzas que enlutaron su territorio. La guerra no era ningún simbolismo de tablero, trebejos y reloj. Hoy por hoy, con prosperidad y alta demanda de esparcimiento, con lujo y turismo selecto, las metáforas guerreras ya casi no evocan heridas abiertas.

Con una bolsa de dos millones y medio de dólares -más uno que otro plus por productividad de espectáculo-, los protagonistas del Campeonato Mundial de Ajedrez FIDE 2024 gozaron de un marco de exclusividad e innumerables atractivos que, paradójicamente, siendo de antemano millonarios, no pudieron disfrutar en plenitud.
Ganarse las lentejas siempre ha sido arduo, y más si la promesa del patrono es que marcharán servidas en plato de oro. Por algo será que para Liren Ding, según declaraba a la prensa durante el tramo final del match, tomarse un café expresso antes de la diaria batalla era casi una proeza hedonista. Tal vez algo similar experimentase Gukesh aunque, como buen adolescente, no ventilara tanto el detalle cotidiano de fatigas e ínfimos placeres.
De Borges al yin-yang
En este contexto se jugaron la vida de la fama –a lo Jorge Manrique- y los lentejones cuasi bíblicos dos grandes maestros del tablero escaqueado. Se presume que el amor por el ajedrez los acercaba, aunque en la realidad parecía que los unía mucho más el espanto de la derrota.
A Gukesh lo perseguía el miedo a caer en un desempate en el que el chino se presumía haría la pata ancha; al chino, que defendía su condición regia, lo desvelaban las novedades con las que el indio le cascotearía el palacio hasta convertírselo en rancho o, peor todavía, tapera.
Y de esta aparente unión borgesiana –no borgiana, vale aclarar con el aval de don Alejandro Vaccaro, porque ya sería el colmo que hasta la sombra de los Borgia metiera aquí baza- nacieron los primeros misterios que aún sobrevuelan Sentosa.

Fueron más evidentes los misterios relacionados con el maestro chino, pero los que rodeaban a Gukesh tampoco resultaban difíciles de identificar. En realidad, la gran sospecha partió de la manera en que se presentó el antagonismo entre el actual campeón y su retador. Leyendo entre líneas, la impresión de una construcción deliberada de exotismo, suspenso, cercanías y contrastes surgía a cada rato.
Por eso no fue casual que un puñado de suspicaces hablara tempranamente de un montaje, de una impostura marketinera orientada al lucro y la revalorización de un campeonato mundial que los desplantes del número uno del ranking FIDE, el noruego Carlsen, hirieran de gravedad con su abdicación a la corona mundial.

Paralelismos tan perfectos, vaivenes tan dosificados, personalidades tan opuestas y diferencias vitales tan marcadas parecían haber sido procesadas en un laboratorio corporativo que hubiera estudiado en profundidad cómo presentarlas antes y durante el certamen, incluso en las partidas mismas.
Aceptando por un momento la hipótesis de la impostura, podría decirse que los ideólogos dejaron de lado las complejidades del Darsana para centrarse en el yin-yang del taoísmo, más reductible a lo binario y en cierta forma de fácil relación con conceptos afines a la dualidad tales como Sakti, Prakriti o Deva del hinduismo. Tocar subliminalmente el costado espiritual de las audiencias mayoritarias sería buen punto de partida.

Las circunstancias previas favorecieron que a Ding Liren, campeón en declive, le cupiese el atuendo caracterológico yin y a Gukesh D, en sostenido ascenso, el yang. Este patrón, a contramano de una lógica simplista –campeón/retador- pero atractivo, tenía su antecedente más cercano en el match Anand-Carlsen: el maestro indio, campeón desmotivado, defendía su corona ante un prodigio arrasador, joven e inclemente, yang vikingo por antonomasia.

Los medios, y hasta el mismo Liren, se habían ocupado de hacer hincapié en la importancia de la figura materna para el jugador chino: su presencia en Sentosa, igual que en Astaná en abril del año pasado, funcionaría como sostén anímico imprescindible. Más yin, imposible, sobre todo porque las cámaras indiscretas y el periodismo pusieron en contrastivo primer plano al inquieto padre de Gukesh, puro nervio y acicate para la moral triunfalista de su vástago, como contrapartida de impetuoso yang.

La brumosa personalidad de Ding, insegura casi desde el comienzo de la justa, lo exhibió como un yin pasivo con las piezas blancas y solamente animándose a la moderada agresividad del contragolpe con las negras. Pero, como se sabe, hay también yang en el yin: la duodécima partida mostró esa otra cara de la luna.
Cabe aclarar que estas analogías con el yin-yang se mencionan nada más que para considerar un parámetro de dualidades o binarismo afines con el pensamiento occidental, más cercano a las estructuras y dicotomías que a las totalizaciones orientales. La metáfora valdría –como otras que, seguramente, podrían esgrimirse- como punto de contacto o acercamiento a audiencias culturalmente distantes a pesar de los avances globalizadores que signaron varias décadas.

Simetrías, contrastes e imposturas
El match, en su estructura -por donde se la quisiera ver-, se acercó a una simetría rayana en la perfección: comenzó con una victoria de Liren Ding con negras, inesperada en los pronósticos, y terminó con otra de Gukesh con negras, inesperada por la posición de tablas muertas en el tablero.
El maestro de la india remontó con rapidez el 0-1 temprano en el segmento inicial. El chino se recuperó de inmediato del agónico 1-2 en el segmento final. La meseta de empates cubrió todo el segmento medio. La estructura real terminó siendo de trece partidas [3 partidas, segmento inicial (dos victorias, un empate) -7 partidas, segmento central (siete empates) – 3 partidas, segmento final (dos victorias, un empate] y un tie-breaken la anómala décimo cuarta.

Siguiendo dentro de la hipótesis de la impostura, se presumiría que no estaba en los planes llegar al desempate: la eventualidad estaba programada para un viernes, no para un -más redituable- sábado; Ding era el favorito para esa instancia desde el vamos, no Gukesh. Y el match debía ganarlo el indio con verosimilitud. El chino iba de punto en las clásicas y allí debía sucumbir.
Por el lado de la estrategia de búsqueda de tablas de Ding con blancas en la mayoría de partidas, también hubo contrastes exagerados que despertaban asombro: un campeón que a menudo despreciaba pequeñas -o considerables en tan alto nivel- ventajas, se resistía a presionar mínimamente y un retador que a toda costa, incluso a riesgo de perder, alargaba al máximo los juegos.
Una pasividad pusilánime caracterizó a Liren en un alto porcentaje de las partidas que jugaba con blancas. Arrojo y tenacidad en busca de la victoria con negras, a Gukesh. Un yin-yang extremo, poco convincente.

Pero, sin embargo, en lo social, es decir: en las conferencias de prensa, al chino le resultaba fácil dominar con los sencillos recursos de la retórica de la modestia -más una que otra pincelada, a veces, de seductoras menudencias cotidianas-. El indio, acartonado y previsible en las respuestas, perdía el duelo en pos de la empatía.
Cada parte del conjunto podía, como sucedió, explicarse aisladamente. Analistas y opinólogos daban rienda suelta a un psicologismo de entrecasa o a teorizaciones sobre planes competitivos de largo aliento, de minucioso diseño, siempre pergeñado por los protagonistas y sus equipos de notables. Pero el conjunto en general se resistía a las pruebas de verosimilitud. El todo daba la impresión de un gran teatro montado en Sentosa.

No obstante, el pasaje de la hipótesis de la impostura a la teoría convincente debía ordenar muchos elementos, separarlos y categorizarlos. Al primer deslinde correspondía la determinación de villanos e inocentes. Hablar de una conjura que igualara en venalidad a organizadores, protagonistas y equipos, mecenas, anfitriones, patrocinadores, intermediarios, redes del comercio ajedrecístico, instituciones rectoras e incontables satélites del match, sonaría a disparate.

En este aspecto, el puntapié inicial lo dio el presidente de la federación rusa, Andrei Filatov, multimillonario de insondables motivaciones políticas, institucionales e individuales. Afirmó que las acciones de Ding Liren en el segmento decisivo del encuentro de la ronda 14 fueron “extremadamente sospechosas”. Además, pidió una investigación por parte de FIDE sobre la victoria de Gukesh.
Madres, padres y Corleones
El primer villano identificado, entonces, sería el maestro chino. ¿Qué podría ganar por tirarse a menos? ¿Quién o quiénes ganarían más que él como para poder sobornarlo? La respuesta inicial, simplista, sería Gukesh, sobre todo porque ahora se sabe que “El Estado de Tamil Nadu, en el sur de India, anunció una recompensa de 590.000 dólares (562.000 euros) para su ‘hijo pródigo’ Gukesh, cantidad que se añade a los 1,35 millones de dólares que se embolsó en Singapur por su título mundial.” (AFP). Y, además, porque es evidente que habrá muchos ingresos extraordinarios para el adolescente indio, más de lo que lograría cosechar Liren con la mejor de las voluntades.

Podría, cómo no, con algún toque de imaginación, ser una idea familiar: La madre de Ding, pintada por el periodismo desde hacía tiempo como mujer ávida de dinero, y el padre de Gukesh, nervioso galeno administrador del prodigio, bien podrían haber cerrado un negocio con pingües ganancias. La operación no sería difícil de llevar a cabo, en especial –para solaz de los amigos de la humorada fácil- si por ella velara un inquieto médico cirujano, tan ávido como la madraza china.

Claro que, para probar algo así, no bastarían los buenos oficios investigativos de FIDE. Se necesitaría un monitoreo de cuentas bancarias de los implicados y sus posibles testaferros, un rastreo de potenciales triangulaciones en paraísos fiscales, la colaboración de las haciendas de China, India y el apoyo de consorcios internacionales. En definitiva, arar en la playa.
El desarrollo de las partidas podría ser prueba de la inocencia del retador, víctima de la codicia paterna o de organizadores con negocios turbios o apuestas amañadas. Liren, malo de la película, pollerudo o bajo la presión de un trato que no podría rechazar, habría cargado sobre sus espaldas no solamente la mala conciencia sino, además, los criterios de verosimilitud de su propia caída.

Como en la Ópera de Pekín
No es fácil dejarse ganar a niveles tan altos. El chino habría apostado por representar el perfil que se le había asignado y, con discreción técnica, siempre al amparo del consumo desmedido de su tiempo de reflexión, tirarle sobrios anzuelos de victoria al cándido adolescente que, a pesar de la confianza en sí mismo, en el yoga y las novedades de Pentala & Co., no llegaba a explotar en profundidad.

El maestro chino, por lo visto, estaba dispuesto a resignar la corona pero no a mancillar por completo su honor ni confirmar el baño de sangre previsto por quien minimizaba su jerarquía. En soledad frente a la ansiada verosimilitud y la impericia de Gukesh para los remates, Ding llegó a la encrucijada de la decimocuarta.

La víspera, tal vez, mientras Rapport se frotaba las manos al tiempo que tiraba ideas estilo Ivanchuk, el atribulado Liren repasaría la historia de los grandes yerros magistrales. Chigorin, en el lejano siglo XIX, con dos chambonadas frente al intratable Steinitz; Fischer, capturando un peón prohibido contra Spassky; Karpov, con una calidad regalada a Kasparov; Kasparov, con una agachada ante Deep Blue; Kramnik, su actual verdugo crítico, al estilo ogro de Bakú pero peor, colgándose mate con otro autómata, Deep Fritz. No sería mucho, pero era algo.

Igual se le habría helado la sangre al pobre chino al salir de la apertura de la 14ª. El equipo del adolescente seguía en la mediocridad. Otra vez en el trance se sufrir la propia ventaja, por más que fuese leve. ¡Maldita verosimilitud! A estas alturas, esperar sutilezas de Gukesh sería una quimera. La espada, la pared y un trato a cumplirle a los corleones. Única salida: colapso con chambonada. Y a rezarle a Stanislavsky. De Bretch, lejos.

Realismo nada mágico
Tras el rechazo de la hipótesis de la impostura y posteriores teorizaciones, queda el análisis de lo que se vio. No es gran consuelo: aclarar los misterios de Sentosa por fuera de la impostura es tarea ímproba. Sacar las partidas de su contexto y someterlas a la disección modular, peor todavía: más misterio.
No es nada fácil imaginar a un Ding corrupto y codicioso, aunque menos disparatado sería suponerlo bajo presiones inaccesibles al vulgo aficionado, plebe que en definitiva financia a ciegas este mundillo cada vez más oscuro.

El realismo orientado a la salud mental aconseja en este caso abandonar toda especulación, ver la suspicacia como delirio; aceptar que, muerto el rey, es sano vitorear al nuevo rey. Y si estas teorías parecieran ficciones, no ampararse en el lugar común de situarlas por debajo de la tenebrosa realidad.

Lo mejor de lo mejor, si la razón se dignara consentirlo, sería aceptar un final feliz, con todos los sueños cumplidos. A cada cual su proporción de recompensa, a cada quien la concesión de sus deseos. Al precoz rey, gloria, fama y futuro pecuniario asegurado; a Liren, otra vida, sin corona cuestionada ni frivolidades impuestas. Que el chino pueda disfrutar al fin de la lluvia tras los cristales y que el indio deslumbre más que Vishy, desde Chennai o Europa. Y adiós Singapur, catorce partidas y misterios de Sentosa.
Caissa y Asterión
«Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.» (J. L. Borges)
Por último, y no menos inquietante, está la hipótesis del hartazgo. En las antípodas de la corrupción e, incluso, de cualquier impostura relacionada con el interés pecuniario, aparece el chispazo de una decisión liberadora repentina.

El hombre que ha estado dedicado a refutar sobre el tablero impertinentes denuestos de la crítica decide, en un segundo de lucidez vital, ponerlos a su favor, confirmándolos en forma extrema. Ve Tf2 y se tienta con salir del laberinto por la puerta de servicio. Después de todo, su carrera comenzó en Heraclión*, Creta, veintidós años atrás.

“La vida es una sola”, podría haber pensado -permitiéndose un lugar común- cerca de la jugada 55, y «el ajedrez no es la vida», contrariamente a la frase que acuñó un alienado que, paradójicamente, también eligió el ostracismo.
Y no dejó pasar el tren de la feliz chambonada.

El chino universal, el que igualó el récord de Miguel Tal con 95 partidas invicto, el temido estratega que se floreó en el club de los +2800, el artista de la defensa, el deportista sin mácula, dice basta. Actúa su caída, le regala un sueño al adolescente que lo acompañó en este viaje hacia la libertad y hace el mutis por el foro que se reprocha haber postergado más de la cuenta. Caissa bendice el adiós y le da las gracias por haberla honrado tanto.

“¿Lo creerás, papá?”, le habría dicho el flamante rey al cirujano en el momento del abrazo, “esta vez el chino apenas se defendió.”.

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*Mundial sub-10 | El Campeonato Mundial de Ajedrez Juvenil 2002 para las categorías de niños y niñas de 10, 12, 14, 16 y 18 años se celebró en Heraclión, en la costa norte de Creta, del 14 al 25 de noviembre.

Mundial sub-12 | El Campeonato Mundial de Ajedrez Juvenil 2004 también se disputó en Heraclión. El chino Zhao Nan fue galardonado con la medalla de oro con 9.5/11. Ding Liren de China y Negi Parimarjan de India ocuparon la segunda y tercera posición respectivamente.
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Aplaudo de pie. Una crónica que tiene todo: erudición al servicio de la reflexión profunda, fina ironía, humor y fantasía. La elegante prosa de nuestras queridas cronistas nos conduce con mano segura y firme a través de los distintos mundos que se nos ofrecen (los imposibles, los improbables y los otros… los que no valen la pena) regalándonos una revelación final que, a un mismo tiempo, sorprende y estremece: en La casa de Asterión de Borges ya estaba enunciado el final del match de Singapur…
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🙌♟🙌
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Se ve que estas chicas que escriben aman el ajedrez y los libros y que ese chinito es mucha persona para andar entre tantos buitres.
Que Dios bendiga a todos los que merecen.
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🙂
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Portaso del Chino.. se pudrio
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FIDE = PEOR QUE FIFA
negocios y mafia
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