De Juan de Fuca a Donald Trump: grandezas y miserias en torno al polo norte.

Por Ficcional, especial para Noticias La Insuperable ·
Cinco años atrás, en Bajo el hielo, hablábamos de las entrañas del Ártico, de las amenazas e intereses que se relacionaban con ellas. Eran tiempos de pandemia. Se sabía que el deshielo facilitaba la dispersión de nuevos patógenos –tema urticante en aquel entonces- pero abría las puertas a una inminente explotación de reservas de petróleo, gas y variados tesoros naturales antes casi inasequibles.
Así, el ominoso calentamiento global se convertiría más temprano que tarde en panacea de la codicia tardomodernista. Lo que antes era el sueño de gloria o riqueza de aventureros e intrépidos, ahora está al alcance de la mano de las corporaciones, los acaparadores de beneficios y acumuladores de divisas.
Un lustro fue suficiente para que Groenlandia –hoy por hoy territorio autónomo de Dinamarca- cobrara protagonismo mediático: Trump inició su segundo reinado con los ojos puestos en los hielos que ahora ya se presume no serán eternos.

Era previsible porque bajo esos hielos declinantes no solo abundan el gas, el petróleo y las tierras raras sino también diversos metales de altísimo valor. Todo esto, además, en una zona estratégicamente clave. En NLI hay artículos que amplían la cuestión: De Taiwán al Ártico, de Alejandro Marcó del Pont, y Por qué Donald Trump quiere comprar Groenlandia.
Frente a Groenlandia está la Isla de Ellesmere, la más septentrional del archipiélago ártico canadiense, donde actualmente se encuentra situado el norte geomagnético. El Cabo Columbia, en la isla, es el punto más cercano de la tierra al Polo -769 km- fuera de Groenlandia. No es novedad que Canadá también esté en la mira del lunático Donald: “A muchas personas en Canadá les encantaría ser el estado 51”, declaró antes de asumir.

Codicia de acumuladores que aspiran a convertirse en trillonarios, dominio total de puntos estratégicos e intenciones de hegemonía absoluta convergen ahora en el polo norte. El signo de este tiempo se impone: quedan atrás el mítico confín del mundo, las aventuras, la sed de gloria y los misterios del Ártico. La comunidad inuit, otrora vista como una perla cultural, pasó a ser un simple obstáculo a remover.
Detrás de la prepotencia de las extremas derechas que niegan el cambio climático, sacralizan la acumulación cortoplacista, coquetean con los neonazis y dejan sin esperanza ni recursos al grueso de la humanidad, hay una historia que abarca siglos de exploraciones, arte e ilusión en torno al fascinante polo norte.

Desde 1867, cuando le compró Alaska a Rusia, Estados Unidos se considera una nación ártica. Antes y después de este hito geopolítico, los intereses comerciales y estratégicos eran una realidad que se combinaba con la esforzada investigación científica, el genio de navegantes y exploradores, los estudios culturales, la fantasía y las artes en general.
Podría decirse que con Los viajes de Marco Polo comienza la historia más o menos documentada[1] que dio origen a esta fascinación polar. Sabemos que la búsqueda de rutas alternativas al Lejano Oriente fue por siglos una obsesión de los europeos: el descubrimiento de Magallanes, en 1520 y tan al sur, por costo, peligros y lejanía, no era suficientemente atractivo; por eso cobró fuerza la búsqueda del mítico estrecho de Anián, en el norte, más cercano a Europa.
Tomás Bartroli explica que “Había curiosidad por saber si sería posible navegar entre los océanos Pacífico y Atlántico en el hemisferio Norte y —descartada ya la posibilidad de que lo fuera a través de la América Central— se especulaba si habría una especie de mar nórdico, tal vez navegable, tal vez helado, entre los dos océanos. Además había surgido la creencia de que existía un canal navegable que, cruzando Norteamérica, conectaba los dos océanos. Se le denominaba ‘Estrecho de Anián’ y ‘Paso al Noroeste’. “ .
Se sabe que los ingleses, que no tenían dominios en el Pacífico, lo habían buscado. España, que sí los ostentaba, se suponía desinteresada en hallarlo. Sin embargo, hay “informes según los cuales varios marinos al servicio de España habían descubierto algún pasaje interoceánico de tal naturaleza”.
En este contexto aparece una de las grandes historias relacionadas con esta búsqueda: la de Juan de Fuca. Bartroli consigna que, de acuerdo con una publicación de 1592, “salió del puerto mexicano de Acapulco al mando de un barco, con órdenes de buscar el estrecho de Anián; lo encontró en la costa americana entre los 47 y 48º de latitud y, navegando por él, comprobó que comunicaba con el Atlántico”.
Más tarde, a fines del siglo XVI y principios del XVII, John Davis, Henry Hudson y William Baffin buscaron el ansiado paso sin éxito. Hudson lo intentó cuatro veces y desapareció para siempre en el último.
En el siglo XVIII apareció Rusia: entre otros marinos, contrató al danés Vitus Bering, que trabajó para el Zar desde 1725 hasta su muerte, en 1741. La búsqueda continuó sin resultados: Entre 1791 y 1795, George Vancouver exploró toda la costa norteamericana del Pacífico y concluyó que no existía estrecho o paso alguno al sur del Mar de Bering que pudiera comunicar los océanos por el norte. No convenció a todo el mundo, claro está.
El siglo XIX transcurrió sin novedades anianas ni hallazgo significativo, aunque no sin nuevos intentos fallidos. Finalmente, el tan buscado Paso del Norte fue encontrado por el noruego Roald Amundsen en 1906, el mismo hombre que el 14 de diciembre de 1911 sería el primero en pisar el polo sur geográfico.
Aunque la hazaña de Amundsen concluía el ciclo Anián, la inquietud ártica continuaba: aún nadie había logrado pisar el polo norte geográfico. Los norteamericanos, con la “patente de nación ártica” adquirida en 1867, tomaron la posta. Nada fue sencillo: abundaron tragedias, imposturas y controversias.

Desde 1898 y hasta 1909, el capitán Bob Bartlett y el explorador Robert Peary intentaron llegar al Polo Norte. Fueron tres expediciones. La última provocó una gran controversia. Peary y su equipo, del que en forma inexplicable había excluido a Barlett, marino experimentado que podría haber refrendado con autoridad técnica el hallazgo, informaron haber llegado al polo norte geográfico el 6 de abril de 1909. Pero no trajeron datos ni pruebas que corroboraran esa afirmación.
Algunos miembros de la comunidad científica se mostraron escépticos ante la posibilidad de que el equipo hubiera llegado efectivamente al polo. Para colmo, un explorador “rival”, Frederick Cook, también juraba haber llegado al fatídico punto un año antes que Peary, lo que dio inicio a una tan larga como ácida disputa entre los protagonistas, sus detractores y partidarios.
Aunque, de acuerdo con los testimonios de la época, el carácter de Peary resultara insufrible y sus miserias de espíritu, deslealtades y fechorías no hubiesen sido pocas, se construyó cierto halo romántico en torno a sus viajes, su figura y la de su esposa.
Romanticismo aparte, la primera conquista sin controversias del polo norte sobre la superficie del hielo fue la de Ralph Plaisted, en moto de nieve y muchos años después: el 19 de abril de 1968. Plaisted le había solicitado ayuda financiera a la National Geographic Society, pero se le rieron en la cara: era un explorador polar inexperto sin posibilidad alguna de éxito. Pero Ralph rió último.

Volviendo atrás, la proeza de 1906 de Roald Amundsen coincidió con otra no menos impactante: “Cinco años después de crear el globo dirigible [1901], el brasileño Santos Dumont inventa el avión.”, escribe Galeano en Memoria del fuego, “por fin ha conseguido que uno de los bichos fuera avión o alfombra mágica navegando por los altos cielos. Todo el mundo quiere conocer al héroe de la inmensa hazaña, al rey del aire, al señor de los vientos, que mide un metro y medio, habla susurrando y no pesa más que una mosca.”.

Así fue que por aire, el 12 de mayo de 1926, el noruego Roald Amundsen volvió a brillar, esta vez con el dirigible «Norge», pilotado por el italiano Umberto Nobile, considerado como el mejor piloto de dirigibles del mundo en esa época.
El vuelo se inició en Svalbard, el archipiélago que aparece en la novela de Philip Pullman, Luces del Norte (1995), y atravesó el Océano Ártico hasta Alaska. El dirigible Norge alcanzó el Polo Norte a la una y cuarto de la madrugada, y desde el mismo se lanzaron juntas las banderas de Noruega, Estados Unidos e Italia.

Tras el exitoso viaje, las autoridades fascistas italianas ascendieron a Nobile al grado de general. Umberto, con nuevos blasones, tuvo la mala idea de sobrevolar el polo por segunda vez el 25 de mayo de 1928 con el dirigible «Italia», que se estrelló a su regreso con la pérdida de la mitad de la tripulación.
En la misión de búsqueda murió Amundsen, el gran protagonista de las hazañas polares del siglo XX, el 18 de junio en las aguas del Círculo Polar Ártico, en el mar de Barens. Nobile sobrevivió, pero fue expulsado de la fuerza aérea fascista italiana en 1930: lo consideraron responsable del accidente[2].
No obstante, un año después, el congreso estadounidense le otorgó la medalla de oro por las expediciones polares. Su descargo definitivo llegó en 1945 con Posso dire la verità. Storia inedita della spedizione polare dell’Italia, editado en Verona por Arnoldo Mondadori.

Para cerrar el círculo, en el siglo XXI, en 2013, apareció un argentino, el mendocino Juan Benegas, por ese entonces gerente de la empresa pesquera nipona Nissui y andinista: el 10 de abril, junto a cinco expedicionarios rusos, un italiano y un belga –unos que otros desertaron a causa del húmedo frío-, llegó a pie, sobre sus esquíes, al polo norte geográfico.

Benegas, de acuerdo con la decepcionante información que aporta thinkingheads.com, “ahora dedica su tiempo a dar charlas motivacionales a organizaciones y negocios que tocan los temas del éxito, la lucha, voluntad, egoísmo, la felicidad y el liderazgo”.
Los tiempos cambian los caminos para encontrar el hoy tan ilusorio norte vital. Y así vamos.

[1] En una edición publicada en 1559 de Los Viajes de Marco Polo aparece la provincia de Aniu (CXXIX) [“Aniu es una provincia hacia Levante que pertenece al Gran Khan“] con el nombre de Ania y el cartógrafo veneciano Giacomo Gastaldi, en uno de sus mapas que se supone compuesto entre 1556 y 1562, llama Anián al extremo oeste septentrional de América.
[2] Tomás Fernández y Elena Tamaro. «Biografia de Umberto Nobile» [Internet]. Barcelona: Biografías y Vidas, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/n/nobile.htm
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