
La decadencia apocalíptica parece estar a la vuelta de la esquina del mundo y muchos relatos anticipatorios ya resultan difíciles de encuadrar en la categoría de ciencia ficción.
Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·
Necesitamos aprender a movernos en el mismo plano
imaginario en el que se mueve el pensamiento
apocalíptico, porque describe mejor la perspectiva
en la que estamos encapsulados.
-F. B.
El imperativo de sobrevivir va imponiéndose a medida que los sistemas de protección social se contraen y las condiciones materiales de la existencia se degradan progresivamente para los muchos que no se encuentran en situación de privilegio.
Will McIntosh, en su novela Apocalipsis suave (2011, con una versión breve de 2005 publicada en la revista británica Interzone), plantea una decadencia gradual, con altibajos, que se refleja en el derrotero vital y sentimental del protagonista, Jasper, hombre de clase media, sociólogo, personaje que a partir de 2023 –con saltos que lo muestran en tribulaciones futuras, con intermitencias hasta 2033- vive la precariedad que caracteriza su tiempo pero que se ha naturalizado o se niega con pertinacia.
Los personajes de McIntosh perciben la agonía que avanza como una lluvia ligera a la que hay que acostumbrarse o, dicho de otro modo, a la que intentan acostumbrarse sin pánico a lo que las aguas vayan horadando. El recurso –literariamente poco elegante- del virus “Doctor Alegre”, que al infectar suprime rebeldías y agresividad, contribuye a que el contexto decadente no provoque un estallido repentino que trunque el devenir en el que se tejen las historias de los personajes.
Lo cierto es que no hay shakespeareanas tempestades repentinas pero, al menos para el lector, la sensación de un cercano apocalipsis se torna inexorable. El escalofrío de leerla a la luz del diario del lunes, por otra parte, no es fácil de reprimir.

Una valoración crítica de la novela podría cuestionar estructura temporal, recursos y quiebres, pero no incidir en su efecto desolador, en la visión de ya estar transitando el último tramo de la etapa que pronto mostrará que era en verdad suave en contraste con el cercano porvenir.
Mientras las distopías imaginadas tiempo atrás adquieren al envejecer rasgos realistas, nuestros días transcurren atravesados por noticias falsas, información sesgada, imágenes apócrifas e imposturas de diseño que exaltan la violencia del “vale todo”. Lo sabemos. Sin embargo, no basta para acostumbrarnos plenamente a la duda metódica y la verificación sin excepciones. Tampoco sería posible.
Hay que abusar de la intuición, quizá en ocasiones salvadora, o aislarse. O hay que refugiarse en el autoengaño y seguir adelante como si nada fuera traumático ni el entorno fuera ciertamente apocalíptico. La espada de Damocles de la precariedad que pende sobre cualquier cabeza invita a la ingenuidad y el optimismo desesperados.

Franco Berardi cree que “El apocalipsis no es una noticia falsa, sino el sentimiento común y el único escenario realista.”. También piensa que “Si buscamos destellos de imaginación sociológica, deberíamos ir a leer a los escritores de ciencia ficción distópica”. En su blog ILDESERTORE hay tanto material sociológico como reflexión, análisis e inquietantes hallazgos literarios.
Repasa argumentos de varios autores pero destaca a Octavia E. Butler como principal anticipadora de lo que él llama “el nazismo ultralibertario de la guerra de todos contra todos que estamos presenciando”. Su novela de 1993, La parábola del sembrador, sería una flecha de lucidez dirigida hacia este 2025, año en que transcurren acciones medulares de la narración de la autora, que comienzan a fines de 2024.
A esta obra de Butler le bastaron tres décadas para alejarse de la ciencia ficción y arrimarse al realismo áspero ornamentado con fantasía. Sin pérdida de simbolismo ni declinación estética, el relato se fusiona con más circunstancias del presente de lo que desearíamos para disfrutar del edén de la evasión.
Que la novela comience con el triunfo en EE.UU. de un candidato, Christopher Donner, que promete volver a hacer grande el país, ya debería significar una bofetada para cualquier lector que no perdiera de vista que el libro se publicó en 1993. La promesa de Donner, por supuesto, muta hacia la devastación.

En un marco en el que ocuparse de la supervivencia resulta excluyente, la insensibilidad al dolor ajeno pasa a formar parte de los instintos vitales. Una niña -Lauren Olamina, la protagonista- padece híper-empatía, condición entendida como enfermedad. Sufrir con el sufrimiento de los semejantes queda fuera de la normalidad y es un rasgo que determinará vida y pensamiento de Lauren.
Aunque la protagonista crezca aferrada a la esperanza, funde una religión (Earthseed), cree la comunidad Acorn –Semilla de la Tierra- y sueñe con sembrar en otros planetas la semilla de una humanidad adulta, redimida, nada parece posible más allá de su porfía.
Esta novela de Butler tiene su segunda parte –y estuvo a punto de tener una tercera-, pero ya sabemos que para muestra basta un botón. O dos: La parábola del sembrador y Apocalipsis suave, de Will McIntosh, son narraciones que, en virtud de sus diferencias, complementan una visión que cuando se publicaron bien podría haberse considerado futurista e imaginativa, a caballo de una tendencia exitosa de la ciencia ficción. Hoy todo ha cambiado.
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