En las calizas de Solnhofen, en Baviera, un lugar célebre por la preservación excepcional de fósiles, la ciencia acaba de abrir una ventana insólita al pasado: dos crías de pterosaurios de apenas 20 centímetros de envergadura, que murieron hace 150 millones de años, fueron sometidas a una especie de “autopsia” paleontológica gracias a nuevas técnicas de investigación.
Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable

Los resultados, publicados en la revista Current Biology, revelan que aquellas diminutas criaturas aladas perecieron durante una tormenta feroz y que ese mismo desastre natural fue lo que permitió que hoy las podamos estudiar casi intactas.
Un laboratorio natural en las calizas bávaras
Los depósitos lagunares de Solnhofen son un tesoro para la paleontología: allí se descubrió nada menos que el Archaeopteryx, considerado el “eslabón” entre reptiles y aves. Pero esta vez, el protagonismo lo tienen los pterosaurios, reptiles voladores que suelen asociarse con alas gigantescas y cráneos descomunales.
La sorpresa es que la mayoría de los fósiles hallados allí pertenecen a ejemplares muy pequeños, algunos apenas recién nacidos. Y ahora sabemos por qué: las tormentas jurásicas fueron las responsables de arrastrarlos y sepultarlos bajo el barro calcáreo, sellando su destino y su conservación.
Lucky I y Lucky II: los pterosaurios más desafortunados
Los investigadores de la Universidad de Leicester apodaron Lucky y Lucky II a los dos esqueletos mejor conservados. Se trata de crías de Pterodactylus, el primer pterosaurio descrito por la ciencia.
Ambos presentan una lesión llamativa: una fractura limpia e inclinada en el húmero (el hueso del ala). Uno en el ala izquierda, el otro en la derecha. La coincidencia sugiere que, al intentar volar en plena tormenta, sus alas soportaron una carga excesiva y cedieron con un chasquido fatal.
Heridos, cayeron al agua, se ahogaron entre las olas y en cuestión de minutos quedaron enterrados en los sedimentos calcáreos removidos por la tormenta. Ese rápido entierro explica por qué sus esqueletos se preservaron articulados y hasta con tejidos blandos, un lujo raro en paleontología.
La paradoja del registro fósil
El hallazgo también destapa una paradoja: solemos pensar en el Mesozoico como la era de los gigantes, pero los ecosistemas estaban llenos de animales pequeños. Lo que ocurre es que la fosilización favorece a los grandes y resistentes, dejando a los frágiles casi fuera de la historia.
En Solnhofen, la naturaleza jugó distinto: los juveniles y crías de pterosaurio fueron las principales víctimas de las tormentas y, al hundirse tan rápido, quedaron inmortalizados. En cambio, los individuos adultos lograban resistir los vientos, pero sus cuerpos flotaban más tiempo, se descomponían y llegaban al fondo desarticulados y fragmentarios.
Una autopsia jurásica
Con estas nuevas técnicas de “autopsia fósil”, los científicos pueden rastrear fracturas, causas de muerte y hasta deducir capacidades de vuelo en animales que vivieron hace millones de años.
“Este descubrimiento explica por qué los fósiles más pequeños están tan bien conservados: las tormentas provocaron su muerte y también su preservación”, resume David Unwin, paleobiólogo y coautor del estudio.
Y Rab Smyth, investigador principal, lo dice aún más claro: “Estos diminutos fósiles son una poderosa evidencia de las antiguas tormentas tropicales y de cómo moldearon el registro fósil”.
Ciencia con alas
Más allá del dramatismo de Lucky y Lucky II, lo cierto es que su trágico final nos regala una lección invaluable: el clima extremo también deja huellas en la historia de la vida. Y en este caso, nos permite ver cómo eran, cómo volaban y cómo crecían los pterosaurios más pequeños que jamás existieron.
Un recordatorio de que incluso en la era de los dinosaurios, no siempre eran los gigantes los que dictaban las reglas de la evolución, sino también las tormentas.
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