Chejov al sur

Un recorrido por la inmensa pasión chejoviana que jamás decae en los espacios teatrales argentinos.

Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·

Si Shakespeare es ineludible para cualquier circuito teatral que se precie der ser y, desde luego, para  nuestro mejor teatro independiente, Chejov no le va a la zaga.

Anton Pavlovich solía decir: “mi sancta sanctorum es el cuerpo humano”. Además de escritor, claro, era médico. Pero quienes aprecian su obra narrativa y dramática saben muy bien que la citada frase trasciende la medicina. O tiene poco que ver con ella. Por todo lo que connotan estas palabras, y por mucho más, los teatreros lo eligen una y otra vez. Elección y homenaje, si se quiere.

La presencia de sus obras en las salas argentinas es constante. Casi todos los años Chejov supera en cantidad de representaciones a otro de los titanes imperecederos, favorito siempre mimado en nuestros espacios teatrales: Henrik Ibsen.

“La variedad de sus atmósferas, el titilar de su ingenio arrebatador,”, decía Vladimir Nabokov refiriéndose a su estilo, “la economía profundamente artística de sus caracterizaciones, el detalle vívido y la flaqueza de la vida humana, todos los rasgos chejovianos típicos, ganan al estar teñidos  por una bruma verbal de sutil iridiscencia.”.

En su narrativa subyace una fuerza dramática que también convoca a la gente de teatro. Un ejemplo notable es la permanencia, en Mendoza, de La obra de arte (1998), adaptación para la escena del cuento homónimo de Chéjov, que se mantuvo en la cartelera cuyana –incluso estuvo en el Teatro Nacional Cervantes en 2011-  por más de veinte años: hasta 2019 al menos; EQT Equipo de Teatro, grupo dirigido por José Carlos Chiófalo, le dio longeva existencia.

2019 – Casa Violeta

En 2013,  Marcelo Savignone estrena Un Vania, y plantea “la continuación de un teatro basado en sus raíces, la contemporaneidad de lo clásico, lo visionario de Chéjov.”; en 2014, Ensayo sobre la Gaviota y, en 2016, Mis tres hermanas, sombra y reflejo. Más cerca, el año pasado, La negación de la negación. Una hermenéutica chejoviana.

Un Vania

Otro caso de continuidad chejoviana es el liderado por Carlos Sconrnik. En 2017 comienza a trabajar en el proyecto Tetralogía Chejov: “Nuestra propuesta es intervenir sus cuatro obras capitales: Tío Vania, El jardín de los Cerezos, Ivanov y Las tres Hermanas.”, explicaba por aquel entonces el director y actor.

Además, añadía: “Investigamos su dramaturgia, sus acciones, su poética…”. El proyecto se concreta con las cuatro puestas en escena pero, afortunadamente, no termina: La gaviota está ahora mismo en cartel –Patio de Actores, hasta fin de mes. Tetralogía ampliada.

La Gaviota – Crédito imagen: Valeria Franchi

También la versión de La gaviota de Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo se está representando en la Sala Casacuberta del San Martín; seguirá hasta el 30 de noviembre. Y la de Juan Ignacio Fernández, Gaviota, que dirige Guillermo Cacace, en Apacheta hasta el 8 de este mes.

Las versiones, adaptaciones y recreaciones de La gaviota, como resulta evidente, no faltan. Chejov había conocido a su mujer, la actriz Olga Knipper –que lo acompañó hasta su temprana muerte-, en 1898, durante los ensayos de esta obra por la que, no viene mal recordar, se jugó Stanislavski a pesar de que en 1896 había sido abucheada.

Hasta hace poco, este año, pudieron verse: la adaptación de Lisandro Fiks de -¡por  supuesto!- La gaviota, que él mismo dirigió, y la de Dani Bañares, igualmente adaptador y director; Los efectos nefastos del tabaco y El canto del cisne, dirigidas por Vladimir Kostas; Vanya, versión de Tío Vania, con dirección José María López, y Experiencia Chéjov, con dirección de Matías Serrano, que presentaba versiones de obras cortas: Pedido de mano, El aniversario y El oso.

Tres mujeres audaces, de Mario Diament, con dirección de Mauro Pérez, se inspiró en los personajes creados por Chejov, Ibsen y  Strindberg: Elena, Nora y Julia, respectivamente. Un imaginario encuentro con ribetes antológicos y ontológicos. Tío Vania, Casa de muñecas y La señorita Julia asomaban sutiles en  skené; en el proscenio, las tres grandes mujeres. Estuvieron en El Tinglado.

Tres mujeres audaces

Este relevamiento, sin duda, es provisional e incompleto. Rastrear a Anton Chejov en los escenarios argentinos de ayer y de hoy sería una tarea ímproba. Nuestra cultura teatral chejoviana es creación constante, agradecido homenaje al dramaturgo y cuentista sin par.

Ya que hablamos de homenaje, al cierre, es preciso evocar uno de cuentista a cuentista: el de Raymond Carver, Errand. Este relato, conocido en castellano como Tres rosas amarillas, tal vez sea el tributo más logrado de un narrador hacia su maestro lejano. Lo publicó originalmente The New Yorker en 1987, poco antes de la muerte del autor, casi tan temprana como la de Chejov.

Carver juega con la apariencia de un relato de tinte biográfico de los últimos años de su maestro. Al principio, los testimonios de allegados y la cronología dan una impresión enciclopédica, engañosa desde luego: «Anton Pavlovich yacía boca arriba», escribe Maria en sus Memorias. «No le permitían hablar. Después de saludarle, fui hasta la mesa a fin de ocultar mis emociones.».

O también: “Las enfermeras y médicos internos, en extremo obsequiosos, hicieron pasar al barbudo anciano de aire fiero al cuarto de Chejov. Tolstoi, pese al bajo concepto que tenía del Chejov autor de teatro («¿Adónde le llevan sus personajes», le preguntó a Chejov en cierta ocasión. «Del diván al trastero, y del trastero al diván»), apreciaba sus narraciones cortas. Además —y tan sencillo como eso—, lo amaba como persona.”.

Pero esta apariencia que caracteriza la primera parte del relato será solamente un remanso de verosimilitud, una polifonía preparatoria, la antesala de la maestría narrativa de Carver para abordar el tema de la muerte con Anton y Olga en su centro. En castellano, el cuento aparece en el libro Tres rosas amarillas, que publicó Anagrama –promociona al autor de su catálogo como el «Chéjov americano». Sin mucho esfuerzo, algunas traducciones de Errand pueden hallarse en Internet.

Para ver, en cartel

  • La gaviota, versión y dirección de Carlos Sconrnik: Patio de Actores, hasta el 30 de noviembre.
  • La gaviota, versión de Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo, con dirección de Szuchmacher: Sala Casacuberta del San Martín, hasta el 30 de noviembre.
  • Gaviota, versión de Juan Ignacio Fernández, con dirección de Guillermo Cacace: Apacheta Sala Estudio, hasta el 8 de noviembre.

Para leer

  • Carver, Raymond. Tres rosas amarillas. Barcelona, Anagrama, 1997. Traducción de Jesús Zulaika Goicoechea.

Originalmente publicado en The New Yorker (Errand, junio de 1987). También en Selected Stories (1988), Elephant and Other Stories (1988) y Collected Stories (2009).



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