El Congreso

Como ocurre en el cuento de Borges, lo sucedido este año en la UNTREF prueba que todavía existen personas capaces de impulsar proyectos tan improbables como prodigiosos.

Por Jeque Blanco para Noticias La Insuperable

La magia está bien protegida gracias a los escépticos.»
-Guillermo Martínez

A Carolina Luján.

Se dirigieron a lo que parecía un inmenso castillo, en cuyo frontispicio estaba escrito: «No pertenezco a nadie y pertenezco a todos. Estabas allí antes de entrar y seguirás estando allí cuando salgas».

No ignoraban que ahí las personas vivían y morían (igual que afuera, pero en un orden extraño). Para atenuar la ansiedad creciente hacían lo usual: conversaban. Se contaban historias. Alguien pronunció el nombre de Diderot, otro mencionó a Alejandro Ferri. Hubo quien citó a un poeta ciego que quiso llamarse José Luis.

En medio de la penumbra, saliendo de las escaleras que llevaban al tercer piso, una luz repentina iluminó el salón principal y esto detuvo la marcha del grupo. Erni, todavía encandilado, como quien se esfuerza por despertar en un lugar que no reconoce como familiar, preguntó en voz baja:

– ¿Alguien sabe por qué continuamos con esta misión?

-Estamos dejándonos llevar por el niño que fuimos- dijo rápido Marcelo, mientras seguía levemente agachado vigilando el entorno.

– ¿Qué fuimos, o que somos? –replicó Javier.

-Hace rato que este no se mira al espejo- alcanzó a bromear Esteban, guiñando un ojo por elevación a Alejandro que parecía ajeno, como pensando en otra cosa.

– “Que no te den la razón los espejos…” – entonó por lo bajo Javier, con sonrisa pícara.

– “Que ser valiente no salga tan caro…” –se entusiasmaron todos.

– “… que ser cobarde no valga la pena” –terció una figura eclipsada por esa luz intensa que llegaba desde dentro del salón. Las miradas sobresaltadas se concentraron en esa nueva voz, que añadió: – “todo en nosotros envejece, salvo el deseo de vivir aventuras prodigiosas.” Lo decía Bioy, creo.

Gabriel, en un extremo del tablero gigante (ese es nuestro suelo, de ahí salimos y allí volvemos) que abarcaba casi todo el espacio interno, hablaba con las palmas de sus manos extendidas y sus hombros alzados, como quien se disculpa:

-Cuando somos niños, tenemos por delante todas las vidas posibles. Podemos serlo absolutamente todo. Por esa razón nos entusiasman las proezas que nos refieren los libros y los films –historias de amor y de guerra, viajes y sacrificios heroicos-… porque pueden ser nuestro propio destino. El eco de esas ilusiones nunca se apaga.

-Y es por eso que hoy estamos aquí- resumió Gustavo fundiéndose en un abrazo con él.

-Otra vez en el Congreso- cerró Daniel con gravedad, mirando al resto.

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Que el sueño sucediera más o menos así, con cierta frecuencia -para luego disolverse como un movimiento de caballo (que a su vez se disuelve en otros) en el conocido problema matemático de Euler- no era lo más llamativo. Lo prodigioso era que los soñadores parecieran estar designados en un orden secreto, el otro nombre del azar, que fueran casi tan reales como el sueño en sí.

No importaba que estuvieran juntos, cercanos en el espacio, o no. Tampoco importaba su lugar en la corriente sucesiva del tiempo. Ni siquiera precisaban ser todos amigos entre sí del mismo modo. Sólo tenían el deber de ser dignos del sueño que les había sido dado, merecerlo.

Plenamente conscientes del proceso, desconfiaban del carácter novedoso de las novedades (“apenas tímidas variaciones”, sonreían). Tampoco se dejaban distraer por la clase de conocimiento moderno que es padre de la ignorancia –como Dr. Jekill es padre de Mr. Hide-, sabían diferenciar entre el que puede crear y el que sólo quiere destruir. Y, al igual que en Hamlet, la vida para ellos era al mismo tiempo un enigma y una tragedia griega.

En cuanto al ajedrez, era bien conocida la postura ejemplar de Alejandro -en un debate público memorable- ante Don Julio Mariano Grondona: “Lamento mucho que el arte y las materias humanísticas hayan sido desplazadas por la tecnología y las materias cientificistas. Han reemplazado a Nietzsche por Henry Ford; a Morphy por Stockfish. Al logos por la praxis. Usted todavía dice que no entrará a mis templos de ídolos. Yo, por mi parte, me seguiré negando a entrar a sus ferreterías”.

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El Sensei de Javier, un consumado karateca, era conocido por presentarse a las luchas sonriendo. Esto atemorizaba aún más a sus rivales. “Que te enfrente alguien ceñudo, incluso enojado, no es nada. Eso puede revelar su miedo a perder, quizás. Lo temible es un adversario que se te ríe en la cara. Ese te va a matar seguro…” decía Pedro “El Moncho” Carlos Monzón, que alguna vez lo tuvo adelante.

Sus estudiantes son conocidos por sentarse ante el tablero entre divertimentos jocosos y risas, mientras no le sacan la mirada al rival de turno.

Pienso ahora en que apenas logramos comprender la alegría encerrada en aquello que es terrible, inevitable. Y que nuestra vanidad nos impide valorar correctamente la serie de derrotas que conducen a La Victoria. Ambas cosas son necesarias. El mundo nos da lo primero, y nosotros le damos al mundo lo segundo.

Sin embargo, solemos luchar más por ser esclavos que por ser libres.

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“El fuera de cámara cinematográfico lo inventó Freud antes que existiera el cine”, dijo Nahuel, el hijo cineasta de Erni, en una reunión de amigos en una pizzería. “La técnica del diván revela su entendimiento sobre el carácter vigilante de la mirada”, enfatizó mientras veía atento que no se cayera nada del queso derretido de su abundante porción.

– ¿Tendrá eso relación con que estemos hechos de lo que nos falta, de las piezas perdidas en nuestro tablero?  -preguntó entonces Erni abriendo grandes sus ojos, como si tuviera una epifanía.

-Efectivamente –respondió Daniel mientras miraba concentrado el techo, tanteando en la mesa con su mano hasta alcanzar una cerveza-, todo tiene que ver con la ausencia. Desde el punto de vista psicológico, el yo es un espejo de identificaciones de lo que ya no está, y se va constituyendo a través de las diversas aventuras personales que podemos inventarnos, antes de convertirnos nosotros mismos también en una falta como jugadores de esta partida.

– “Cuando los jugadores se hayan ido/ cuando el tiempo los haya consumido” –alcanzó a murmurar Marcelo.

– “Fuera de campo”, “partida a la ciega”, Homero, Borges… caramba: era cierto eso de que a la realidad le gustaba las simetrías, ¿no? –cerró Nahuel, satisfecho del zoom de su cámara precisa.

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“De chiquito me gustaba dibujar rinocerontes, por lo menos en mis sueños”, explicó Esteban mientras balanceaba su lápiz en el aire. “No puedo explicar racionalmente mi fascinación por ellos. Cierta noche, uno llamado Boris quiso conversar conmigo acerca de la importancia de la niñez. Me comentó de modo confidencial: “El apego a la infancia distingue a los hombres creativos. Se puede ver en ello la posibilidad de mantener el equilibrio entre el inconsciente y la conciencia; entre la vida verdadera y la vida recortada. Para un niño no existe la división entre él y la realidad. Todo eso es destruido por la escuela, las instituciones normalizadoras, la sociedad en general… que lo obligan a aceptar la rigidez infernal del sistema que le tocó en suerte.” Luego de esta profunda declaración, Boris me ofreció alegre un vaso de leche…”

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-En su novela “El jugador” –de carácter autobiográfico- Spassky usa un conocido seudónimo al escribir: “No tengo ningún pensamiento ajedrecístico”, y acaba así con el mito sobre su naturaleza. O, más bien, comienza otro: el del hombre que proclama que todo lo humano le es ajeno. Que sólo se puede ser una persona en el sentido que Ulises afirma serlo en “La Odisea”, es decir, Nadie… Apenas la máscara de un actor que dura lo que dura la obra que toca representar –señaló Alejandro como respuesta al ofrecimiento distraído de un café descafeinado.

-Che Ale, ¿no te parece demasiado? –preguntó Marcelo, adivinando el disgusto habitual del primero por cierta clase de tazas.

-En realidad, me quedo corto… Ni siquiera podemos estar seguros de existir. Quizás sólo seamos todos los ajedrecistas que hemos estudiado, sus partidas, las clases y los alumnos que hemos tenido, las personas que hemos amado, el mar del que venimos, la roca adónde vamos.

-Pero un café a veces es sólo un café… una atención. –intentó conciliar Marcelo.

-Todo regalo es troyano- insistió este dando vuelta la cabeza y alzando el dorso de una mano en señal de rechazo, y agregó: -hay que desconfiar de todos los caballos, sobre todo de los que vienen con cuatro patas.

– ¿?

-Además, sólo nos puedan dar realmente, dar realmente –remarcó como subrayando con un dedo en el aire- aquello que no se tiene.

– ¿Por ejemplo?

-El tiempo, la casa tomada por nuestro ego.

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-Nuestra pretensión de que el absurdo o lo abstracto es un nuevo arte (el arte por el arte) sería por completo indefendible si lo extravagante fuera un simple capricho estético. Nada sublimemente artístico ha surgido nunca del mero arte, así como nada esencialmente razonable ha surgido nunca de la razón pura. Siempre debe haber un rico terreno ético o moral para cualquier gran producción estética- dice Marcelo mientras se rasca el interior de la oreja con el capuchón blanco de una lapicera Bic.

-Concuerdo- responde Gustavo mientras mira con interés científico el movimiento circular del elemento limpiante-, El principio del ajedrez educativo por el ajedrez educativo es muy buen principio si significa que existe una diferencia vital entre la tierra y el árbol que tiene sus raíces en la tierra; pero es muy mal principio si significa que el árbol puede crecer también con las raíces en el aire…

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-Cuando era joven, me atraían los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas del centro y la serenidad. Ya no juego a ser Hamlet. Me he afiliado al partido conservador y a un club de ajedrez, que suelo frecuentar como espectador, a veces distraído. –dijo Erni mientras sostenía un volumen titulado “El libro de arena”, junto al termo y el mate.

-Igual, hay que desconfiar de la juventud de los niños –respondió Esteban, que leía “El mar”, y agregó: -A veces un bebé que llega al mundo no es otra cosa que un viejo que trae consigo los dos mil años de prejuicios de todos sus ancestros.

– ¿Modifican nuestra esencia los años? –preguntó Erni, mientras le compartía un poco de esa infusión, el oro verde.

-Quién sabe… a veces pienso que puede tomar bastante tiempo volverse un verdadero gurí.

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-El negocio está acabando con todo- soltó Damián de repente.

-Sí, sobre todo con las ganancias- sonrió sardónicamente Javier.

-Todo ese maldito dinero…

– “Acumulen tesoros en el cielo, donde no entra la polilla ni el moho consume…”

– “Bienaventurados los que tienen sed de justicia…”

– ¿Vemos alguna Serie en la TV?

-Dale…

– ¿Qué es la felicidad? –pregunta un locutor en off.

-La felicidad es aquello que te vende Don Draper para que seas feliz- responde Don Draper, mientras sostiene en su mano una gaseosa.

Damián y Javier se miran perplejos, como si de repente tuvieran sed.

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Luego del último naufragio (siempre hay un naufragio; siempre pensamos que es el último), me rescata un bote con un rinoceronte a bordo.

La nave es capitaneada por un señor simpático llamado Orlando. Cuenta historias mientras permanezco recostado, respirando agitadamente por el cansancio y el frío.

Me dice, por ejemplo, que Dürer, el famoso artista del Renacimiento alemán, le había hecho un encargue extravagante. Se refería -calculé- al paquidermo que nos acompañaba. Explica entonces, acompañado por una hermosa melodía de Verdi, cómo sucedió que Fellini le ganó de mano. El rinoceronte, con aire de enamorado, bajó lentamente sus párpados, como aprobando lo dicho…

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El inconsciente freudiano, el escenario de nuestros sueños, no tiene inscripción de la muerte, tampoco existe allí linealidad para el tiempo ni la imaginación puede contener el principio de contradicción. No sabe negar.

Por eso, no estoy en condiciones de explicar cuándo y dónde sucedieron estas y otras cosas. Pero podemos confiar en que todo es parte del Congreso, que sigue sucediendo.

Saben muy bien los poetas que podemos estar vivos y muertos al mismo tiempo, y que si no ponemos a la muerte en la cuenta de la vida nuestra existencia se vuelve una historia sin densidad, un film hollywoodense.

Trato de pensar en esto todos los días, como piensa la arena en la espuma del mar que la alcanza con sus blandas caricias, para luego escaparse.

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Me dicen otros que afirman haber estado allí también (¿a principios de noviembre?) que en el Congreso se expuso con inusual excelencia -y riqueza de recursos materiales y humanos- acerca de las posibilidades del ajedrez educativo. Que representó una síntesis y balance de décadas de trabajo constante. Que ocurrió el milagro del reencuentro personal entre amigos que llevaban mucho tiempo sin verse. Que fue un verdadero hito.

Me cuentan que participaron verdaderas eminencias. Mencionaron a Oscar Panno, Carolina Luján, Pablo Acosta, Ariel Tokman, Florencia Fernández, Sergio Negri, Guillermo Martínez, Gabriel Asprella, Adolfo D’Ascanio, Gustavo Medina, Diego Sumic, Paula Jove y Jerry Nash, entre tantos otros nombres ilustres.

¿Habrá sido así realmente? La memoria es como una larga noche fragmentada. Y al escribir tengo la sensación de despertar todo el tiempo para aferrar una imagen que yo espero habrá de traer consigo un sueño entero e intacto. Pero todas las partes siguen quebradas. El argumento completo siempre se me escapa.

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Se dirigieron a lo que parecía un inmenso castillo, en cuyo frontispicio estaba escrito: «No pertenezco a nadie y pertenezco a todos. Estabas allí antes de entrar y seguirás estando allí cuando salgas».

El grupo de pioneros, finalmente, llegó al tercer piso del edificio de la calle Juncal (se habla, se sospecha, de Daniel Justel, Gustavo Águila, Alejandro Moretti, Marcelo Reides, Javier Caramia, Erni Vogel y Esteban Jaureguizar). Parece que cantaban una de Sabina. Al entrar al salón principal se reencontraron de forma sorpresiva con Gabriel, recién llegado desde Tupungato (esta identidad también es conjetural).

Señalan que este los recibió con una cita de Bioy Casares sobre de la naturaleza de las aventuras, cosa que no fue del todo comprendida por los amigos (“hay que desconfiar de un mendocino que dice todavía no haber bebido”, bromearon).

Afirman también que este tenía un álbum de fotos entre sus manos extendidas -fotos que se disolvían en otras fotos, como si fueran de arena- y la actitud de quien está disculpándose. Quizás estaba pensando, ya en aquel momento, en escribir un texto sobre el Congreso. Tal vez ya estaba escrito…


EL CONGRESO EN IMÁGENES



Jeque Blanco
27 de diciembre de 2025


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