Para saber los orígenes de esta frase bien porteña hay que remontarse al siglo XIX.
Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable

Corría el año 1862 y mientras Bartolomé Mitre asumía su presidencia, un joven estadounidense de 24 años de edad, Melville Sewell Bagley, llegaba a la Argentina. Empezó trabajando como ayudante en la Droguería “La Estrella” ubicada en Defensa y Alsina (hoy pleno centro de la ciudad de Buenos Aires), de A. Demarchi y Hnos. Allí nació la idea de crear un tónico que le dio vida a su primer producto: la Hesperidina, una bebida alcohólica en base a corteza de naranjas amargas, que crecían como arbustos ornamentales en su casona de Bernal.

De sabor suave y dulce, fue un éxito comercial desde su mismo lanzamiento. Bagley resultó ser un gran visionario para la época, con técnicas comerciales y publicitarias revolucionarias, a tal punto que organizó una atractiva campaña previa a su lanzamiento que duró dos meses y que consistía en carteles ubicados en distintos puntos de la ciudad que únicamente decían “Hesperidina is Coming”. La curiosidad de los porteños fue tan grande que, cuando se presentó el aperitivo, el éxito ya estaba asegurado.
Su bebida fue tan demandada que pronto salieron numerosas «alternativas» que buscaron copiarla. Tanto así que Bagley tuvo que pelearla (y mucho) pues no existía en el país algo así como un registro de marcas y patentes, cosa que recién se concretó en 1876 con Avellaneda en la presidencia. Así, Herperidina, se convirtió en la «Licencia Nº 1» de la Argentina.
Pero ya un año antes, Bagley optó por expandir su negocio y lanzó en 1875 su primera línea de galletitas de masa de mermelada de naranjas, «Lola», las que también fueron un éxito, no sólo por su sabor, sino también por no tener agregados artificiales.

Con el sobrante de las naranjas con que se elaboraba la Hesperidina había comenzado primero a fabricar la Mermelada Bagley. Importó la maquinaria necesaria para la nueva industria (con beneficios impositivos otorgados por el gobierno) y así con la mermelada elaborada se dedicó luego a la fabricación de las galletitas «Lola», rubro en el que se convertiría en líder.
Como las «Lola» eran naturales y no tenían ningún tipo de agregado artificial, se convirtieron en las preferidas de los grandes médicos especialistas que las recomendaban para la inclusión en las dietas de sus pacientes, sobre todo los que no podían ingerir alimentos convencionales. Tanto fue así, que en los sanatorios, clínicas y hospitales comenzaron a incluirlas en la alimentación de enfermos de toda clase.
Tanto se impusieron en los hospitales que pronto, cuando alguien fallecía, en los pasillos se transmitía informalmente la noticia indicando que tal o cual paciente «ya no quiere más Lola«, frase que hoy se utiliza para comunicar un renunciamiento ante determinada situación o, sencillamente, darse por vencido.
Pocos años después, en 1880, el que no quiso «más Lola» fue el propio Bagley, que murió, pero lo sobrevivió su empresa, que atravesó más de 100 años de historia hasta que, con el menemismo, tampoco quiso «más Lola» y se vendió al Grupo Danone.