Desde China sin piedad

El liderazgo chino del ajedrez internacional se consolida con la coronación de Liren Ding como Campeón del Mundo tras su emotivo duelo con el GM ruso Ian Nepomniachtchi.

Imagen: fotografía del Trofeo, de Anna Shtourman

Por Rafael Laborian para Noticias La Insuperable ·

Tal cual se informara ayer a través de nuestro medio al instante de producirse la novedad, la ronda de desempate de cuatro partidas rápidas culminó con una espectacular victoria del maestro Ding en el último juego de la serie. El GM chino es a partir de ahora el 17 Campeón Mundial FIDE.

Liren Ding, poco antes de tener la oportunidad de disputar el match por el título máximo, ocupaba el tercer lugar del Rating Elo de la FIDE. Por delante de él estaban Magnus Carlsen y su mismo rival de la justa que ayer terminó, Ian Nepomniachtchi.

La renuncia del noruego Carlsen a defender la corona le dio la chance de llegar a Astaná como nuevo aspirante por haber alcanzado el segundo lugar en el Torneo de Candidatos 2022, detrás de Nepo, jugador con más experiencia en estas lides.

Llegó, decían los puristas de los números, casi por descarte. Iba, incluso, de «punto» a Kazajistán. Su flaqueza anímica durante las primeras rondas del match llevó a pensar que el majestuoso entorno del St. Regis Hotel, la atención de los medios de prensa y la nueva responsabilidad le quedaban demasiado grandes. Muchos analistas sostuvieron que el match podría convertirse en un simple trámite para el ya muy curtido e incisivo Nepomniachtchi, ruso para más inri, que lo había pulverizado en la segunda partida.

Nada, sin embargo, resultó ser lo que aparentaba: ni había llegado a Astaná de carambola, ni sus debilidades anímicas eran tantas, ni su vulnerabilidad tan grande como se presuponía. Liren Ding, simplemente, compartía con su rival la ansiedad, el miedo a equivocarse y los nervios que asaltan a la mayoría de los seres humanos cuando atraviesan una situación extraordinaria que compromete tanto vida afectiva como intelecto. Nepo y él, a fin de cuentas, como se vio a lo largo de catorce partidas, luchaban contra fantasmas parecidos.

Liren Ding, además, es uno de los representantes contemporáneos de la moderna tradición del ajedrez chino, esa que comenzó con el maestro Liu Wenzhe y se fortaleció sin cesar durante las últimas cuatro décadas. Forma parte de un conjunto de ajedrecistas que, ya sea en los circuitos absolutos o en los femeninos -Yifan Hou es por rating elo la mejor jugadora a nivel internacional y Wenjun Ju la campeona del mundo-, animan olimpíadas y torneos de élite bajo bandera china.

El nuevo campeón del mundo es un ajedrecista de estilo universal, sólido, que en el match que logró adjudicarse realizó el esfuerzo de tornar más agresivo su juego para aumentar las posibilidades de éxito ante un rival al que, se sabe, no le agrada para nada asumir un papel defensivo. Tuvo altibajos, errores leves y graves, problemas con el tiempo de reflexión, suerte y desgracias, pero también voluntad férrea, muestras de fino talento, creatividad y valentía. Él y Nepo, en muchos de estos aspectos, fueron tal para cual.

El match de Astaná mostró una paridad casi absoluta entre ambos contendientes: el único punto de diferencia lo cosechó Liren en la última partida rápida del desempate. Tanto él como Nepo fueron arduamente criticados por los errores cometidos a lo largo del match. La comparación con el juego preciso de Carlsen se convirtió en leiv-motiv para desacreditarlos.

Las críticas dejaban de lado antecedentes como la defensa del título mundial de Magnus Carlsen frente a Fabiano Caruana -y por qué no también frente al hoy porscrito Karjakin-, que fue un verdadero maratón especulativo repleto de tablas; tampoco consideraban los estilos de juego y los enormes riesgos que los aspirantes ruso y chino decidían, cada cual a su manera, correr en casi todas las partidas. El «modelo máquina», desgraciadamente, parecería subyacer en los juicicos de valor que los expertos difunden.

En el fondo, camuflados en criterios técnicos, los denuestos apuntaban al temperamento de los protagonistas. Sangre fría, petulancia, especulación y absoluto privilegio del cálculo vendrían a ser, según los censores de turno, los únicos rasgos de personalidad aceptables en un aspirante a la corona mundial de ajedrez.

Lo cierto es que si Ian Nepomniachtchi ganó dos veces el Torneo de Candidatos e, incluso, continúa siendo sub-campeón, Carlsen decidió retirarse de la competencia mundialista y Liren Ding es campeón del mundo; no hay, entonces, una personalidad, ni un perfil, ni un estilo únicos para reinar sobre los tableros y deleitar a la afición.

El ajedrez chino, guste o no, lidera en la actualidad. Ding pasó a ser su representante más encumbrado. Nada es estático en el plano internacional de la competencia ajedrecística. Las Olimpíadas, el Campeonato Mundial, las revelaciones juveniles, el blitz en línea y los torneos de élite son la cara visible de una mucho más variada actividad que fluye en diversas regiones.

La práctica ajedrecística china, sus jugadores, jugadoras, evolución y logros casi nunca ocupan un lugar destacado en los medios de difusión. De hecho, gran parte del periodismo especializado se refería al mismísimo Liren -en la élite deportiva desde hace años- como a una suerte de misterio exótico.

Ni en Astaná cambió esta visión: cuando se supo que había dejado el hotel oficial por ser «extremadamente lujoso» y se lo escuchó declarar que sufría un bajón anímico acompañado de pensamientos inquietantes, estallaron la incomprensión, el asombro y las críticas a una espontaneidad que se consideró sincericidio.

Aceptar la colisión entre esta actitud personal y el modelo occidental de ajedrecistas intratables, de irascible vanidad, prepotencia, ausencia de modales o, incluso, alienación extrema, no estaba en los planes de ningún observador acreditado como experto. Por algo, tras el apelativo de «genio», se han minimizado siempre las que debieran haberse considerado inadmisibles conductas antideportivas de un Kasparov, allá lejos de un Robert Fischer, y hasta del propio número uno del Rating FIDE, Magnus Carlsen.

El flamante reinado de Liren Ding, tal vez y con mucha suerte, provoque una apertura de miras en lo atinente al perfil más deseable de los jugadores en tiempos en los que si Nepo hubiese asumido la misma gallarda actitud de Boris Spassky en la sexta partida que perdió contra Fischer en Islandia, es decir: aplaudir la excelsa victoria de su rival en la última rápida, seguramente habría sido ingresado a la fuerza en un frenopático.

Fue un match en el que, a fin de cuentas, no podían imaginarse desatinos más allá del límite de los sesenta y cuatro escaques ni exabruptos antideportivos. Que Liren, por ejemplo, se hubiera burlado del garrafal error de Nepo en la 12a partida como lo hiciera antaño Kasparov (Sevilla, 1987) cuando Karpov se equivocó feo (1), estaba fuera de cualquier libreto anticipatorio, incluso del más fantasioso.

En Astaná, a la luz de una paridad de fuerzas de juego insoslayable, tanto Nepomniachtchi como Ding podrían haberse considerado justos vencedores. El jugador chino dio el golpe certero, agónico si se quiere, y se quedó con todo. Fue impiadoso dentro del tablero, donde concentró en segundos talento y maestría. No quiso ni necesitó desplegar recursos extra-ajedrecísticos ni estrategias de imagen dura, igual que su rival, antes o después.

RADMIR FAHRUTDINOV (EFE)

Habrá que aceptar, entonces, algunas realidades que el ahora muy farandulizado estrellato del ajedrez occidental deja de lado: el liderazgo internacional del ajedrez chino es un hecho incontrastable, el perfil del nuevo campeón mundial no responde al canon más aplaudido hasta hoy, las muestras de humanidad, valga la redundancia, en el ajedrez humano, no están reñidas ni con la maestría ni con la genialidad, y la corrección deportiva sigue siendo un valor que favorece el atractivo de la competencia.


Imágenes: FIDE

(1) En 1987, en el muy parejo match que se jugó en Sevilla, Kasparov había intentado ridiculizar a su oponente involucrando al público en su burla tras un error de Karpov, en un miserable intento de desestabilizarlo anímicamente.

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