Fuera del tablero

El match por el título de Campeón Mundial que está disputándose en Singapur ha puesto en primer plano los graves problemas que enfrenta el ajedrez internacional.

Por Rafael Laborian para Noticias la Insuperable ·

Estamos de nuevo ante un match por el título de campeón mundial de ajedrez. Se trata de una competencia que supo tener un brillo excepcional  y que la actitud recalcitrante de Magnus Carlsen, sumada a desaciertos institucionales que la refuerzan,  ha contribuido a devaluar.

El número uno por rating elo FIDE, campeón que decidió no defender su corona por considerar, entre otras razones, que el ajedrez a ritmo clásico ya era un muerto en vida, dio el portazo afirmándose en su sitial de privilegio con desinterés absoluto por propiciar un debate enriquecedor en el seno de las instituciones a las que oportunamente se subordinó para llegar hasta donde llegó.

Poco le interesó acercar propuestas, liderar grupos de trabajo y, mucho menos, cumplir con la misión de embajador deportivo.  Carlsen, en definitiva, se desentendió de cualquier aspecto del ajedrez que no tuviera que ver con su interés personal, apetencias o vanidad. Se limitó a propiciar escándalos, acusar a colegas sin pruebas y asumir actitudes antideportivas.

El gran devaluador –en clave argentina, una suerte de fusión entre los Celestinos y Totos vernáculos- se mantiene en la cima del ranking mundial gracias al sistema elo, que no ha cuestionado abiertamente. Sin embargo, ante la popularización del ajedrez, este sistema de medición de fuerza competitiva viene haciendo agua frente a la masividad, igual que las pomposas titulaciones vitalicias. Algunos de los ajustes pos-pandemia que llevó a cabo FIDE no parecen muy convincentes.

Los aspectos artísticos, creativos e, incluso, sociales del juego han quedado en segundo plano o, lisa y llanamente, en el olvido. Ni hablar, claro, de la composición de problemas y estudios, sepultados bajo la supremacía computacional. El ajedrez en los sistemas educativos nacionales se ve, simplemente, como negocio en ciernes.

Cuando solamente importa la competencia monetizada y, para colmo, resulta casi imposible asegurar el juego limpio en todos los estratos, las instituciones rectoras se convierten en meros entes recaudadores que propician corrupción y prebendas o, sin rubor, servidumbres degradantes de intereses políticos o corporativos.

En síntesis, el ajedrez enfrenta una multiplicidad de problemas y desafíos que hacen temer que esta primavera de entusiasmo y masividad –tanto presencial como virtual- pudiera ser en verdad la antesala de una decadencia cercana.

Bases de datos, módulos de análisis, TIC e IA son los pilares del desarrollo ajedrecístico del siglo XXI. Representan el frondoso árbol que no deja ver el bosque del juego-ciencia. Un bosque que, más que bosque, es una selva por su diversidad,  insoslayables riquezas potenciales y disimuladas miserias.

En los países que no están en la cúspide de las fuerzas ajedrecísticas, el desarrollo de la actividad se sostiene con el aporte de una afición pseudo-profesional, generalmente esquilmada por federaciones opacas, el dudoso mecenazgo de políticos de tercera fila necesitados del lustre de un juego que aún conserva buena prensa y, en paralelo, cazadores de negocios y comisiones, en su mayoría orientados a explotar el ajedrez infanto-juvenil aprovechando la ingenuidad de padres ilusos.

Muchos de los mitos que se habían construido en rededor del ajedrez están comatosos, pero todavía sobreviven en el imaginario social. La incursión del juego en la escuela, sin embargo,  ya ha comenzado a defraudar tanta expectativa milagrosa que había despertado en sus albores: la fuerte orientación competitiva frente a la débil o nula impronta pedagógica se tornan cada día menos disimulables.

El ajedrez visto como un espectáculo deportivo en extremo frivolizado y farandulizado, con predominio del vértigo e inmediatez, posiblemente terminará por hundir la fusión virtuosa entre racionalidad, reflexión y cálculo con arte, fantasía y creatividad. Las bondades del ajedrez rápido, también, perderían valor sin su contracara tradicional e, incluso, sin el remanso del ajedrez no competitivo.

Por eso, retornando al principio de esta modesta reflexión, ver que se desvaloriza el match por el título mundial no solo por la actitud recalcitrante de un ex campeón sino también por la manera en que se realiza la selección de candidatos, por darle más importancia al marketing y al fasto que al acontecimiento deportivo en su esencia, por convertir a los protagonistas en títeres de un espectáculo en el que se los expone a la voracidad mediático-publicitaria y al capricho de patrocinadores, no puede dejar de interpretarse como fuerte indicio de decadencia.

Todas las modas declinan al alcanzar la masividad. A veces vuelven remozadas, recreadas para alguna coyuntura pero ya con destino de fugacidad, igual que el café varias veces recalentado. Y, como el ajedrez está de moda, corre estos mismos riesgos si las intenciones de la dirigencia en sus distintos niveles siguen convergiendo en la mezquindad de explotar al máximo esta transitoriedad sin que nada más importe.

Que el ajedrez sea milenario no significa necesariamente que sea inmortal.


Imagen top: gentileza FIDE


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4 Comentarios

  1. Los ajedrecistas, con fama de saber pensar en su gran mayoría, no están haciéndolo (o lo hacen mal) con los varios asuntos que se exponen aquí. Nos acostumbramos a mirar para otro lado y, muchas veces, nos convertimos en cómplices por conveniencia o mezquindad. Cada uno cuida su «quiosquito» particular.

    Y esto, sin decir nada respecto a este párrafo incómodo para muchos: «Los aspectos artísticos, creativos e, incluso, sociales del juego han quedado en segundo plano […] Ni hablar, claro, de la composición de problemas y estudios […] El ajedrez en los sistemas educativos nacionales se ve, simplemente, como negocio en ciernes.»

    Si Diego hubiera sido ajedrecista y viera todo esto, reformularía su épica sentencia de la siguiente manera: «El tablero no se mancha». Pero incluso hoy esta frase genial llegaría tarde… Ya estamos tan manchados que no nos damos cuenta. Excelente editorial Maestro Laborian, escrito con coraje e inteligencia. ¡Chapeau!

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