
Encuentros con Judit (III) | post Mundial Rapid & Blitz en New York – 2024/2025 FIDE World Rapid & Blitz Championship.
Por Polgarcito para Noticias La Insuperable ·
“¿Cuál es la diferencia entre un terrorista y Magnus Carlsen? Que con el terrorista se puede negociar.” -Prof. Alejandro Lagreca

Una vez terminada su entrevista vía internet para un medio español, el profesor, que siempre está dando cátedra de algo (sea esto los cuentos de Horacio Quiroga o cómo preparar un buen daiquiri), me invitó a su departamento para pasar en limpio todo lo ocurrido en mi último viaje a Nueva York. Era de noche. “A veces, sólo puedo encontrar la luz en la luna”, dijo al recibirme, misterioso.
Afuera llovía de forma cadenciosa, como si el cielo estuviera entre pensativo y triste. Adentro, en cambio, en un living repleto de libros y gatos bibliotecarios a nuestro alrededor, sonaba de fondo nuestra Marta Argerich. Ejecutaba la sonata 3 de Chopin (¿existe alguna otra?) en la atemporal Hamburgo de 2020, en medio de una pandemia de Covid que ya nadie recuerda, sola en el escenario junto a un piano que ya no era suyo, “y una flor cuidando su pasado/ y un rumor de voces que le gritan/ y un millón de manos que la aplauden…”.

Hipnotizados por la magia de Marta, no pudimos pronunciar palabra hasta su conclusión. Bah, eso de pronunciar palabra corre por mi cuenta, Alejandro puede ser un hombre de muy pocas palabras cuando se lo propone. Acostumbrado a los equívocos que se dan entre los seres humanos (¡cuánta falacia hay en eso de que “hablando se entiende la gente”!), en ocasiones parece concentrarse en la más efectiva comunicación con sus gatos. Con algunos pocos gestos obtiene maravillas. Por ejemplo, ese día le vi inclinar levemente la cabeza y alzar una ceja para que, sin mayor demora, su Gatito Jirō le dejara caer en sus manos desde un estante superior, leve toque de mano izquierda mediante, un volumen de Cartarescu, el rumano que será premio Nobel en breve, según me anticipó. Lo escribo aquí como una especie de profecía, sobre todo porque vi a Jirō asentir con su cabeza, a manera de respaldo de dicha sentencia.
En fin, en aquel momento y ambiente, me dediqué a elaborar esta crónica acompañado por el atento Jirō, la concentrada lectura de Alejandro y el conmovedor piano de Chopin.
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Uno podría suponer que un mundo tan sereno como el del ajedrez, con tanta concentración silenciosa en sus protagonistas, no puede suscitar demasiados sobresaltos, y menos en un torneo de partidas rápidas y relámpago, donde todo se decide en pocos días de lucha vertiginosa. Pero no. Otra vez esto no ha sido así. Sucede que esta máscara, como tantas otras, más que esconder o disimular, revela el verdadero rostro de quien la usa.
Magnus Carlsen, el número 1 del mundo, en pocas horas pasó de defraudar en el tablero (su incomprensible estrategia y consecuente derrota en la 5ta partida del Rapid da muestras del daño que puede causar jugar tantos Blitz o Bullet online) a obstinarse por usar cierta clase de pantalones en contra de un reglamento que no podía desconocer de antemano, ser sancionado por ello, hacerse el ofendido, negociar su retorno, firmar un contrato publicitario de jeans que aprovechara el escándalo producido, volver para jugar el Blitz, compartir el primer puesto el día del clasificatorio y también llegar a la final de los matches eliminatorios, gesticulando de manera inusual y grandilocuente de a ratos… hasta que se cansó de jugar, ¡y entonces decidir que era mejor dejar de hacerlo (tras sólo 3 Tablas en la fase de desempates) para proponer ahora compartir el título mundial con un rival que estaba resultando más duro de lo previsto, el bueno de Ian Nepomniachtchi!

Todo esto es harto conocido y ha sido comentado en infinidad de medios, tanto que ya parece historia antigua. Muy bien, quizás lo sea. Pero, de todos modos, los niños tenemos el deber de la memoria. Necesitamos de las repeticiones. Es más, los niños amamos las repeticiones porque, como me explicó mi amiga Judit con su lúcida visión del mundo, “la gente grande no es lo suficientemente fuerte como para regocijarse en la monotonía. La asocian con el aburrimiento. Nosotros, en cambio, insistimos en que nos reiteren alguna broma o juego que hallamos encantadores una y otra vez, sin cambios ni variaciones, hasta que el pobre adulto se rinde de cansancio y perplejidad de tanto complacernos.”
Hoy no sucede esto. La mayoría busca evadirse a través de los cambios bruscos y veloces, con el afán de las novedades, con la esencia caduca que impregna la multitud de cosas que nos llegan en el envase de la efímera moda. Y entonces todo sucede, pero nada llega a existir realmente.
No es la primera vez que la indumentaria es causa de polémica en un campeonato mundial. Tampoco que la FIDE interrumpa el curso de un match definitorio. La aparente novedad (salvo que nada lo es) reside en el extraordinario carácter de diva operística que el protagonista noruego mostró tener desde el primer acto hasta la caída final del telón. La imposibilidad de superar la instancia del capricho egocéntrico como medida del diálogo entre partes necesitadas de un acuerdo. Nadie, ni él, ni la FIDE, ni los consejeros o colaboradores (o detractores) de ambas partes (árbitros, colegas, periodistas, “especialistas” de YouTube, etc.) parecieron preocuparse mucho por la fiesta del ajedrez en sí. Y cuando la atención se desplaza de este modo, cuando el cantante o el director están situados por encima de la partitura o la música misma, el desastre y el bochorno están garantizados.
Ya me lo dijo Judit en ese mismo momento: “Esta gente pelea únicamente porque no sabe discutir.” Y agregó: “La Edad de Oro vuelve a los hombres cuando, aunque sea sólo momentáneamente, se olvidan del oro.” Le di la razón, y recordé al instante a Hesíodo y su descripción de la Edad de Hierro (tan triste que proclamó: “prefiero morir antes o nacer después”).
Lo que siguió, el final en New York, es conocido y fue tratado de manera impecable por el mismo profesor que ahora insiste en leer a Cartarescu, silencioso e imperturbable, con un vaso de jerez mendocino en su mano.
Quedan las preguntas (siempre quedan las preguntas): ¿hubiera procedido igual Carlsen en el asunto de la polémica ropa de haber estado liderando el torneo Rapid? ¿Hubiera sido capaz también de ofrecer (y hasta presionar por ello) un título mundial Blitz compartido si en vez de Nepo el rival hubiera sido Niemann (el único que tuvo el placer de dar Jaque Mate a su rey en esos días)? Y si este fuera el caso, ¿qué debieron haber dicho en su momento entonces Karpov o Kasparov, en aquel encuentro terrible de 5 meses (de 1984 a 1985) donde no hicieron ni 3 ni 30… sino 40 Tablas (!!), además de 8 partidas decididas, antes de la intervención del presidente de la FIDE (y no al revés) para suspender un match donde Anatoli, el campeón, no alegaba livianamente “cansancio”… pese a haber bajado 10 kilos (!!), y eso que ya era flaquito antes de empezar… ¡Jajaja!
Como sea, mi amada Judit me lo acaba de resumir todo en un mensaje de wasap contundente: “Es más fácil comprender el cosmos que comprender el ego; el yo es más distante que cualquier estrella.”.

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Sigo acá, entre el cansancio que aflora por el relajamiento de oír las gotas contra el vidrio de la ventana y la intuición singular que asoma en los momentos oníricos, tratando de ordenar mis pensamientos frente al teclado mientras Alejandro continúa leyendo con gestos de aprobación a su rumano favorito. Jirō, cada tanto, me mira con expresión curiosa, interrogativa, como ofreciendo su ayuda. Y la botella de jerez, llamativamente, ha reducido su contenido de forma drástica. Ni el profesor, ni el gato ni yo nos hacemos cargo de la situación que esta imagen sugiere. Nos miramos cada tanto entre nosotros con ojos suspicaces. Creo que todos empezamos a sospechar de Argerich, principalmente porque los tres somos igual de culpables, pienso.
Vuelvo a despertarme de mis ensoñaciones. A Marta se la ve sobria, y vuelve a tocar la sonata 3 con maestría.
Lo que de verdad quería escribir (y todo lo anterior ha sido un gran pretexto para llegar a esto) tiene que ver con uno de los pocos representantes que nos quedan a los niños enamorados del juego. Alguien que, como buen romántico que es, conoce aquello de que “el primer deber de todo enamorado es saber ponerse en ridículo.” Y no teme hacerlo, una y otra vez. Siempre es noticia por lo que hace dentro del tablero, no fuera de él. Y lo que sigue haciendo a sus 55 jóvenes años es hermoso. Su nombre, Vasili Mijailovich Ivanchuk.
¿Que ha pasado casi un mes desde el mundial de New York? ¿Que la noticia ya es vieja? ¿Que ahora hay que hablar del gran torneo que está en curso, Wijk aan Zee? ¿Que allí está jugando, ahora mismo, Faustino Oro, la última gran promesa de apenas 11 años? Bueno, ¡Ivanchuk es todavía más joven que él! (La prematura vejez a que parecen estar conduciendo al pobre de Faustino la trataremos en otro momento).
“Moisés tiene quien lo enseñe en las sinagogas cada sábado” dijo un joven carpintero de Nazareth en el primer siglo, mientras tomaba distancia de la Ley y Los Profetas, al tiempo que predicaba lo suyo. Hablemos ahora, pues, de lo que casi nadie habla porque, de lo otro, sobran rabinos en este tiempo.

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Nació en Ucrania en 1969, pero pudo haberlo hecho en cualquier otra parte de este mundo (o incluso del vasto universo) y eso tampoco nos sorprendería demasiado. De hecho, algunos sospechamos que no es casualidad que su nacimiento ocurriera con apenas un par de meses de diferencia al viaje inaugural de Neil Armstrong y sus muchachos. Entonces cobraría mucho sentido esta conversación que me fue referida:
Vasili: Siempre quise ser astronauta.
Judit: ¿En serio?
Vasili: Pero me dijeron que ahora ya no los mandan a la luna.
Judit: Uh, que macana.
Vasili: Sí. Es una gran tristeza no poder volver por allí…

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No vamos aquí a detallar su carrera deportiva, sólo recordar que ganó varias veces torneos como Linares o el Memorial Capablanca, además de obtener el mundial de Rápidas en Doha 2016 y el subcampeonato Absoluto en Moscú 2002, por delante de (o superando a) jugadores como Karpov, Kasparov, Ljubojevic, Anand, Carlsen o Aronian.
Dijo de sí mismo: “Imaginemos a un físico tener que explicar al público general la teoría de la relatividad de Einstein. Antes de empezar su exposición, dice: “Tengo que sufrir mucho explicando algo que ni yo mismo entiendo bien”. Bueno, esto se relaciona con mi propio juego. ¡Yo tampoco entiendo nada!” Una genialidad.
“¿El matrimonio? Ah, bueno… eso sería como capturar el peón de b2 en una defensa Siciliana Najdorf.” Otra genialidad.
Afirma que no puede pasar más de tres días sin pensar en el ajedrez. Que le interesa estudiar las partidas de torneos femeninos, por su riqueza de ideas. Que, a veces, debe buscar con la mirada las alturas para pensar mejor: las piezas del tablero lo distraen.
Y cuando la mayoría de los colegas de su generación se han retirado ya de la alta competencia, él lo sigue intentando. Hizo suya la frase de Maya Angelou: “Podemos sufrir muchas derrotas. Pero no podemos vivir como derrotados”.
Hace un mes volvió a demostrar por qué lo queremos tanto. Estaba jugando el torneo Blitz de forma impactante. Llevaba 7/10 Pts., fruto de 6 victorias, 2 empates y sólo 2 derrotas (ambas por tiempo, estando en partida) frente a Caruana y Nepo. Y entonces ocurrió lo increíble (salvo que en el planeta Ivanchuk nada es del todo increíble). De blancas frente a un joven especialista, el estadounidense Daniel Naroditsky, había sobrevivido a una apertura difícil (¿el método? Ir con su rey hacia el centro del tablero, como tantas otras veces).

Posición después de 25.Rc4
La posición se simplificó y pasó a estar claramente ganado, pero entonces con pocos segundos en su reloj cometió un desliz y dándose cuenta que no iba a ganar… ¡ay… perdió por tiempo otra vez!
Rompió a llorar. Se desplomó sobre el tablero sollozando y diciendo para sí, lamentándose una y otra vez: “¡Qué gran oportunidad!” El rival, de forma respetuosa permaneció sentado, también aturdido por la feroz batalla que había concluido de manera inesperada. A medida que todas las demás partidas iban concluyendo el llanto de Vasili iba en aumento. Algunos quisieron consolarlo. No hubo caso, su gemido siguió largos, interminables, minutos. Dicen que continuó jugando y llorando en las últimas tres partidas (las perdió todas, pero no pensó en renunciar como Carlsen). La angustia de la derrota era el triunfo de la dignidad frente a tanto negocio e hipocresía, cada vez más presentes en este medio también.

Decía Ana Freud que el niño, cuando se entretiene, compromete toda su personalidad, que pocos asuntos son tan serios para él como el jugar. Vasili con su reacción espontánea, con su llanto de niño desconsolado nos devolvió la esencia de todas las cosas que realmente valen. Pocas veces tantas personas juntas quisimos estirar nuestros limitados cuerpos para abrazar al mismo tiempo a un derrotado.
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Nunca sabré si fue el efecto del jerez mendocino, o la emoción por ver a Ivanchuk en su angustia infinita (el video se reproducía una y otra vez). Quizás fue el cansancio acumulado por el viaje (¿habré cedido ante el sueño?) o ese último mensaje a la distancia de Judit (“tal vez Dios sea bastante fuerte como para regocijarse en las repeticiones. Es posible que Dios diga al sol cada mañana: “hazlo otra vez”, y cada noche diga a la luna: “hazlo otra vez”. Puede que todas las margaritas sean iguales, no por una necesidad automática; puede que Dios haga separadamente cada margarita y que nunca se haya cansado de hacerlas iguales. Puede que Él tenga el eterno instinto de la infancia; porque pecamos y envejecemos, y nuestro Padre termina siendo más joven que nosotros”). Tal vez Caisa, la diosa del ajedrez, también disfrute de gastar bromas a los que siempre estamos dispuestos a iniciar, una y otra vez, el conocido ritual en sus dominios de 64 casillas.
De pronto la boca me sabía a sangre. La botella de jerez estaba llena. Alcé la vista y vi con sorpresa que Argerich leía plácidamente un libro de Cartarescu, y que el piano era tocado por Vasili. Vi, con mayor estupor aún, que Jirō analizaba una posición difícil sobre el tablero mientras Alejandro sonreía como el mago que es descubierto, al fin, en su monótono truco. Ya no sabía dónde estaba la pantalla y dónde el sillón. De qué lado del espejo estábamos todos.
Superado ese inicial momento de zozobra, el profesor Lagreca pronunció palabras que sonaban como el eco de otras ya dichas antes por otro: “Así como en el juego la duda persistente puede conducir a la rendición, la ilusión del movimiento y del cambio pueden derivar a una falsa sensación de progreso. El mundo jamás habría empezado a existir si Dios no hubiera deseado la repetición… por eso hay mundo y, gracias a que es cabalmente una repetición, subsiste. La repetición es la realidad y la seriedad de la existencia. El ajedrez no es otra cosa que esto: el modo de permanecer de este lado de la sombra.”
Vasili dejó de tocar, levantó su mirada y asintió con alegría. Marta y Jirō hicieron lo mismo, observando ambos con detenimiento, a su vez, mi reacción. Sentí entonces el alivio de ver a la noche perderse. También sentí el horror de contemplar el amanecer antes que los demás. Por un momento, el mundo cobraba sentido. “Y en este punto mi sueño se deshace […] como lágrimas en la lluvia”.

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Alcancé a comentar mi extraña experiencia con Judit. ¿Qué sucedió realmente aquella noche? ¿Fue todo quizás un sueño? ¿O se trata de otra cosa, algo que está más allá de nuestra comprensión?
Ella no pareció preocuparse mucho. Asumió lo sucedido con total naturalidad.
– Los castillos en el aire no precisan arquitectos-, me dijo.
– ¿Y Carlsen? ¿Ivanchuk? ¿El mundial? ¿Son ellos acaso “castillos”, o incluso sueños literarios? -inquirí desesperado.
– Ah, no… por supuesto- repuso con toda tranquilidad-, Carlsen es un lujo, Ivanchuk una necesidad.
Sea como fuere, comprendí entonces que, así como los castigos habituales nos embrutecen más que las travesuras reiteradas, las sencillas repeticiones poéticas, las rimas de este universo, son la manera que tiene la compleja realidad para mantenernos jóvenes. Vasili seguirá riendo y llorando, jugando con el tablero, con el piano y con Jirō. Magnus, en cambio, apenas alcanzará a cambiar de pantalones.
Anoche el profesor me envió un mensaje. No contenía texto alguno, sólo una foto.

(Continuará)
Polgarcito
Qué mundo maravilloso (VII)

Desde Buenos Aires
25 de enero de 2025
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